El hombre de las mil puertas

Acto único

Personajes:

Lalo Chamba
Desconocido

Sobre la oscuridad escénica se dibujan los relieves de una mesa de diseñador, un perchero, una pizarra con bocetos pintados con tiza de colores, un maniquí de alta costura, un piano. Equipaje sin cerrar: un baúl y maletas repletas de ropa. Lalo Chamba, abstraído en su mecedora blanca, saborea una copa de Jerez y en sus párpados hay aleteos de somnolencia. Algo después el timbre de la puerta lo saca de su sopor, pestañea y observa al público.

 

Lalo Chamba: Ustedes habrán oído hablar de mí, de Lalo Chamba ¿Les suena, eh? (Pausa.) La colección de otoño que se exhibirá en Venecia está a la puerta. (Se oye de nuevo el timbre, aunque él sigue bebiendo a sorbos su Jerez.) En la ciudad de los canales se reunirán las top models planetarias (Colma su pipa de tabaco.) Mi sueño era revolucionar esa pasarela con mi propuesta de colores fríos. Mi mente sólo pensaba en la colección de otoño que exhibiría en Venecia (Timbre musical.) Pero estoy seco, ¡Dios! Quería barrer con mi repertorio de faldas cortas, con vuelo, plisadas, y estoy vacío, sin chispa.

(Se oye de nuevo el timbre de la puerta. Bebe, y en ese momento bajo una luz cenital surge un individuo con mirada de murciélago, huesudo, trajeado de gris y tocado con un bombín.)

Desconocido: Mi dedo se fatigó de apretar el timbre y

Lalo Chamba: ¿Quién es usted?

Desconocido: (Ofreciendo una tarjeta color rojo.) Diplomado en puertas, señor.

Lalo Chamba: ¿Diplomado en qué?

Desconocido: Experto en ofrecer puertas

Lalo Chamba: ¿En ofrecer qué?

(El diseñador enciende su cachimba con gesto calmado mientras avanza hacia el proscenio.)

Lalo Chamba: Naturalmente le informé que en mi estudio no faltaba ninguna. Además, ¿cómo se atrevía a importunarme? ¿Y para qué diablos quería yo una nueva puerta?

Desconocido: Hoy más que nunca se necesitan puertas, de veras, no arrugue el ceño, ¿o acaso cree haberlas franqueado todas?

Lalo Chamba: (Volviéndose.) ¿Cómo sabe que arrugo el? ¿Y porqué le dejó entrar el portero de la finca?

Desconocido: Muy fácil. Le vendí una puerta.

Lalo Chamba: ¿Qué puerta?

Desconocido: La que permitía el acceso a usted.

Lalo Chamba: Es usted un tipo muy curioso. (Al público.) Conozco esta fauna de individuos. Son peor que moscas. (Fuma a borbotones.) Para quitármelo de encima, lo invité a echar un vistazo a mi estudio. Debía cerciorarse de que no había lugar para puertas nuevas.

Desconocido: ¿Jerez? (Asiente el otro.) ¿Me encoge de hombros su interlocutor. Entonces (El hombre de gris se sirve una copa y dice de sopetón.) ¿Qué prefiere usted entrar o salir?

Lalo Chamba: (Receloso.) ¿Qué es mejor?

Desconocido: Entrar, por supuesto. Siempre hay que entrar, ya tendrá tiempo de salir, de ahí que le urja una puerta. Aguarde un momento

(Sale. El diseñador de modos, sin salir de su estupor, habla al público.)

Lalo Chamba: Últimamente se ve a mucho peatón monologado por lo vía pública. ¿Y si se hubiera escapado de...?

(Aparece el desconocido cargado con una puerta labrada en maderas preciosas. La fija en el suelo con dos listones cruzados y da un golpe de martillo a un clavo.)

Desconocido: ¿Qué le parece?

Lalo Chamba: ¿Pretende que vaya por la vida con una puerta a cuestas?

Desconocido: Se lo sugiero

Lalo Chamba: ¿Cree que voy a echarme a la calle, ir a las pasarelas, realizar mis gestiones con esa puerta a la espalda?

Desconocido: Si lo hace, nadie le impedirá el paso, pues usted siempre tendrá el recurso

Lalo Chamba: (Atajándolo, airado.) ¿De qué, señor mío, de qué?

Desconocido: De abrir una puerta para que nadie lo deje fuera, porque siempre tendrá una puerta, su puerta, para entrar ¿Me sigue?

Lalo Chamba: Difícilmente.

Desconocido: ¿Cómo se lo explicaría? (Reflexiona.) Usted imprime su sello personal en la pasarela, entonces, ¿le gustaría cruzar el umbral idóneo para hablar de su filosofía del diseño?

(Tijera en mano, con un retal negro y otros materiales del estudio, el visitante improvisa una toga y un gorro octogonal a modo de birrete con borla, que luce de inmediato con desparpajo.)

Lalo Chamba: ¿Qué hace?

(El desconocido, con una luz duende en la mirada, permanece de pie, tras la mesa, cara al público.)

Desconocido: Señorías: la estética del riesgo es la sal de la fantasía creadora ¡Abajo las fotocopias de las capas primeras de la realidad! La imaginación crítica y lúdica al servicio de un público nuevo que ya crece, nos apremia y honra. ¡Brindemos con cava por tan magno acontecimiento!

(Se sirve un vaso de agua con gas, lo alza con gesto ritual y bebe.)

Lalo Chamba: Pero

Desconocido: (Desembarazándose del disfraz.) ¡No me interrumpa, por favor!, y dígame: ¿quién puede resistírsele a un hombre que siempre tiene una puerta abierta? ¡Quién! ¿Acaso creyó el cuento de que cuando una puerta se cierra otra se abre?

Lalo Chamba: Pues a veces

Desconocido: Se diría que a usted nunca le han dado con una puerta en las narices

Lalo Chamba: (Con un hilo de voz.) En ocasiones. Era de esperar

Desconocido: ¿Y qué medidas adoptó para evitarlo?

Lalo Chamba: (Al público.) Sin perder mi autocontrol, me dispuse a decirle que era inevitable que le den a uno con

Desconocido: ¿Inevitable? Hoy en día cuando la microelectrónica tiene la desfachatez de hacernos infrahombres, usted blasona que es inevitable hallar puertas cerradas.

Lalo Chamba: De acuerdo, pongamos por caso que me cierran una puerta, ¿qué hago?

Desconocido: Muy sencillo, ¿sabe manejar un destornillador?

Lalo Chamba: A pie juntillas.

Desconocido: Lo celebro, no me quite ojo ¿ve? Usted extrae como yo la herramienta del bolsillo, destornilla la puerta, la retira a un lado y coloca la suya.

Lalo Chamba: ¿Habla en serio?

Desconocido: Veamos ¿Desearía franquear, por ejemplo, los santuarios de la lírica? ¿No perderse ningún acontecimiento operístico? (Yendo hacia el piano.) ¿Qué tal se lleva con Puccini?

(Mientras toca el piano, interpreta por lo bajo un fragmento de La Bohème.)

Lalo Chamba: ¡No tiene mala voz el tipo! (Pausa.) No, si ahora resultará que tiene usted alma de tenor (El otro esboza un gesto de circunstancias, en tanto Lalo Chamba medita.) Luego no habrá puertas cerradas.

Desconocido: ¡Ajá! ¿A quién le pueden negar su derecho a franquear su puerta?

Lalo Chamba: Jurídicamente, a nadie.

Desconocido: ¿Lo ve?, usted lo ha dicho: a nadie. Usted abre la puerta que le cierran y encima le ampara la ley.

Lalo Chamba: (Observando al público.) Pero creo que fue monsieur Montesquieu quien dijo que una cosa no es justa porque sea ley, sino que debe ser ley porque es justa.

Desconocido: ¿Por qué me amenaza con Montesquieu?

Lalo Chamba: Disculpe, yo no le amenazo.

Desconocido: Admita que lo hallé deprimido.

Lalo Chamba: ¿Y qué quiere? Venecia, la colección de otoño, las top models más cotizadas, mi sueño de fascinar la pasarela y mi mente, un vacío.

Desconocido: ¿Y la casualidad creadora?

Lalo Chama: Deje que me emborrache.

(Coge la botella de Jerez, se dispone a dar un largo trago, pero su interlocutor se le anticipa en el gesto de beber.)

Desconocido: ¿Quiere que se le abra la puerta de la creatividad? Pues he ahí su puerta, señor.

Lalo Chamba: Se comporta como un vulgar feriante.

(Ante la descalificación, el otro se aproxima a la pizarra, a la tiza de colores en la mano.)

Desconocido: Disculpe mi torpeza en el dibujo, pero...

Lalo Chamba: ¿Qué demonios hace?

Desconocido: Ya lo ve, un laberinto de color.

Lalo Chamba: ¿Y qué pretende reflejar?

Desconocido: A usted.

(De sopetón hace girar un disco, recoge al maniquí y cantar e improvisa.)

Desconocido: Don Inestable, diseñar es un acto personal, que da a luz a seres deseables.

Lalo Chamba: (Cantando a media voz.) Baje el tono, por favor, la moda es un pulpo depredador.

Desconocido: ¿Cómo fascinar con un solo botón?

Lalo Chamba: ¡Vaya dilema!, con magia, en las pasarelas.

Desconocido: Su mundo interior, lo intuyo cerrado.

Lalo Chamba: Serrado, lacrado y con siete candados.

Desconocido: Deslumbrar con un botón.

Lalo Chamba: En las pasarelas, con intuición.

Desconocido: ¿Acaso la materia prima, no es la emoción?

Lalo Chamba: No me nombre tal virus, señor.

Desconocido: La emoción, ¿una bacteria, una damisela o una fuente de riqueza?

Lalo Chamba: Con franqueza, ni quiere saber nada de mí, ni quiero saber nada de ella.

(Cesa la música.)

Desconocido: Entonces, la solución es esa puerta

(Con su antigua aura de intrigante, extrae a continuación un bloc de pedidos.)

Desconocido.- ¿Paga en efectivo o con talón?

Lalo Chamba: ¿Quiere cerrar la operación? No sé ¿Por qué no me da tiempo de consultarlo con mi pareja?

Desconocido:¿Con ella? ¿Es linda?

Lalo Chamba: No es Linda Evangelista, pero no está nada mal.

Desconocido: ¿Perdió el juicio? ¿Acaso la dama no le cerró ninguna puerta?

Lalo Chamba: Pues

Desconocido.- ¡Piense!

Lalo Chamba: Verá, una vez conocí a una filóloga nacida en Oslo, tenía un alto coeficiente

sexual. Íbamos a pasarnos las horas en la bañera hablando sobre alta costura y el cacareado eclipse de las ideologías y...

Desconocido: ¡No siga!, le cerraron esa puerta.

Lalo Chamba: Pues sí, en efecto, no pudimos...

Desconocido: ¿Lo ve? ¿comprende mi oferta?

Lalo Chamba.- Pero esa puerta de usted ¡Ejem!, esa puerta que desea venderme ¿también abre la erótica posibilidad...?

Desconocido: ¿Le apetece ser el rey de las noches de farra? Veamos su discografía (Va al

equipo de música, selecciona un disco y suena un tango.) ¿Me permite este baile?

(Sin esperar respuesta, tararea la letra, lo enlaza por la cintura y da unos pasos de tango con el anfitrión.)

Lalo chamba: ¡Quién lo puede creer! ¿Lalo Chamba bailando con un desconocido? ¡Oh! No sé ¿Es usted un viajante de puertas o un maestro de bailes de salón?

Desconocido: Me ha pisado.

Lalo Chamba: Disculpe.

Desconocido: Siga el ritmo y seamos serios, caballero, usted carece no ya de memoria histórica, sino de memoria cotidiana; vamos a ver ¿desde que tiene uso de razón cuántas puertas le han cerrado? ¿Cuántas?

Lalo Chamba: ¿Cuántas?

Desconocido: Otro pisotón.

Lalo Chamba: Qué torpeza la mía.

Desconocido: ¿Cuántas?

Lalo Chamba: ¿Puertas de todo tipo?

Desconocido: Naturalmente: puertas eróticas, puertas intelectuales, puertas laborales, puertas de amistad, puertas viajeras, puertas de comunicación, puertas, puertas.

Lalo Chamba: ¿Cuántas?

Desconocido: (Exasperado.) ¡Sí, cuántas!

Lalo Chamba: ¿Pretende meter el ojo en mis neuronas?

Desconocido: ¿Qué dice?

Lalo Chamba: (Distanciándose de él.) Si trama radiografiar mis frustraciones

Desconocido: (Cambiando el disco.) A ver cómo se defiende con el foxtrot

Lalo Chamba: Qué ritmo. (Tropieza.) ¡Oh! Se lo dije: soy un pato mareado en una pista de baile (Pausa.) Pero si trama...

Desconocido: ¿Tramar? ¿Radiografiar? ¿Sabe con quién está bailando? ¿Intuye con quién está hablando? (Murmurando en su oído.) ¡Ah! Volvió a cambiar el paso.

Lalo Chamba: Usted, en cambio, parece el rey del claqué.

Desconocido: Sólo un profesional de puertas.

Lalo Chamba: Pues no lo parece.

Desconocido: ¿Ah, no?

Lalo Chamba: No, a nadie hasta ahora le había contando que estuve a punto de chapotear en una bañera de espuma con una noruega para hablar de cómo la sociedad forma o deforma al individuo.

Desconocido: No me extraña (Detiene el disco. Un silencio.) Reconozca que el abrí una puerta ¿a su trastienda más íntima?

Lalo Chamba: ¿No será usted un discípulo de algún iluminado explorador del inconsciente disfrazado de vendedor posmoderno?

Desconocido: No señor; además, ya me identifiqué.

Lalo Chamba: Ni sé si creerle.

Desconocido: (Con su cartera en la mano.) ¿A tocateja o con tarjeta de crédito?

Lalo Chamba: Todo esto resulta, usted se coló en mi estudio con un cuento de puertas. (El intruso esboza una mohín.) ¡Bien! ¿Y dice usted que nadie podrá jamás cerrarme una puerta?

Desconocido: Qué ciudadano más obcecado, le repito con la constitución en la mano que nadie puede cerrar la puerta de nadie, señor; ¿al contado?, ¿o con talón?

Lalo Chamba: (Yendo hacia el proscenio.) Volví a crisparme y me dieron ganas de gritarle al entrometido: váyase a otra puerta, que ésta, la mía, no se le abre; pero ¿quién era yo para enseñarle la puerta de la escalera a un irreductible vendedor de puertas?

Desconocido: ¿Quizá a treinta, sesenta y noventa días?

Lalo Chamba: ¡Oiga! No matizó si se trata de una puerta falsa, principal, blindada, extensible, deslizante, giratoria.

Desconocido: Por favor, no cometa la torpeza de poner etiqueta a las puertas.

Lalo Chamba: Los etiquetadores ¿no gozan de su simpatía?

Desconocido: Por supuesto.

Lalo Chamba: Verá, yo también, cuando diseño, en mis creaciones, al exhibirlas, también soy reticente con los...

Desconocido: (Grave.) ¿Qué le pasa, amigo?

Lalo Chamba: ¡Ejem! Creí que...

Desconocido: ¿Qué imaginó?

(Un silencio, el diseñador se acaricia el mentón, dubitativo. Al público.)

Lalo Chamba: No dudé más. Ustedes son testigos. (Extrae en silencio un talonario y muestra la pluma estilográfica.) Aunque fue mi instinto de supervivencia quien garabateó una rúbrica en el papelorio bancario.

Desconocido: (Ocultando el talón en su billetera.) Le felicito, señor de ahora en adelante no tendrá que ir de puerta en puerta, es más, usted mismo será una puerta abierta para sus conciudadanos (Pausa.) ¿Qué espera?

(Le hace una seña inequívoca y mientras él ocupa el piano e interpreta una música de incertidumbre, Lalo Chamba observa la puerta adquirida que cobra un fulgor cegador. Titubea, la carga a la espalda, torna a dudar, pero el desconocido con la mirada le anima a seguir adelante. Lalo Chamba, tambaleándose, pisa la orilla del proscenio, inmóvil, como si aguardara un gesto por parte del público que le motivara a variar de actitud. Finalmente, esboza una mueca e inicia el mutis doblado por el peso de la puerta, en tanto las notas del piano invaden con fuerza el estudio del diseñador.)

OSCURIDAD