El virtuoso de Times Square
Obra completa
Un Acto
El espacio escénico gozará de un aire de libertad a fin de visualizar
con el soporte del lenguaje de la luz la incursión del personaje por
el asfalto neoyorquino. Será pues la luz, fundamentalmente, quien diseñe
en la penumbra las distintas atmósferas que requiere el desarrollo dramático
de la obra.
Un silencio. Brilla un sol de escenario tras otro.
REYNALDO COSSA.- ¿Me creen? Fue como caer de picado en el agujero negro de una pesadilla... (Pausa) Cómo intuir que en la urbe de las artes... (Pausa.) Ya me lo decía mi mamacita, la maestra, allá en el Caribe... (Brota un ritmo caribeño.) Baila, mi hijo, baila... (Lo hace.) Que no se te lleve la melancolía... Mira qué luz de mar brilla en el pueblito... Baila, mi hijo, baila... Y no te salgas de esta luz... ¿Qué será de ti cuando aparezcas en el censo de mendigos neoyorquinos? No me friegues la moral, mamá, New York sólo hay uno, tocaré el saxo, mostraré mis lienzos, editaré mis canciones... Eres un soñador, Reynaldo, vas de Andy Warhol... ¿Y por qué, no, mi vieja? (Sonríe.) Hoy ilustre público, en Moma, Reynaldo Cossa Sistem, gran retrospectiva... Reynaldito, ¿Acaso olvidas que New York tiene algo de pájaro quebrantasueños? Qué cosas platican las madres... (Suspira.) De eso hace un montón de años... Llegué de ilegal y fui por los cafés del Village vendiendo mis canciones..., amigos, anímense, lean el poema del día... inviertan en la lectura, desgrava... Y una mañana, ésta, el pinche destino en su agenda me reservaba... (Voz grave.) Esto es un atraco, siga andando... (Pausa.) ¡No podía creerlo! ¿No me oyó? ¿Cómo dice? Sonría, esto es un atraco... ¿En plena Quinta Avenida? No reflexione, esto es un atraco. ¿Al mediodía? ¿En el corazón de Manhattan? No divague, esto es un atraco... (Pausa.) Miré a mi atracador sin parpadear, justo cuando otro desconocido se interpuso entre ambos...(Pausa.) Señor, dé algo para ir a un MacDonalds... ¿Quién es usted con una pluma de gallináceo en el sombrero? Un vagabundo del mundo... Es que el dinero que llevo encima... ¿Qué?... Me es imposible manejarlo a mi libre albedrío... ¿Por qué? Dígaselo, dígale que mi libertad está hipotecada. Es un atraco. ¿Se dan cuenta? Una hamburguesa resolvería mi angustia vital. ¿Puedo ayudar a este estómago desamparado? Le daré un par de dólares... a su cuenta. (Pausa.) Ya estamos solos... ¿Solos? ¿Seguro que esto es un atraco?... ¿Quiere un notario para que levante acta del mismo, señor...? Reynaldo Cossa, para servirle... (Pausa.) ¿Seguro que es su verdadero nombre? Y usted, ¿no cree que está corriendo un gran riesgo? ¿Por ejemplo? No sé... Podría empezar a gritar... Hay tanto vértigo en la Quinta Avenida... Pruebe. ¿Me permite? Pruebe. Lo haré. (Pausa.) Usted, usted mismo, señor transeúnte, ¿Sabe? Me están atracando... (Pausa.) Thanks very much! (Pausa.) Señora, deténgase un momento, me roban... (Pausa.) Oh, Thanks very much! ¡He dicho que me están atracando! Thanks very much! (Pausa.) Lastima sus cuerdas vocales... Carajo, ahogue sus gritos y déjese llevar por esa brisa del río Hudson que invita a pasear... (Pausa.) ¿Y ese otro vagabundo qué diablos hace? Ya lo ve. Pesca... ¿En plena vía pública? Hay un dólar en el foso de la alcantarilla... ¡Pescando! Es un dorado día para pescar. ¿Quieren algo? No. Es que aquí el señor acaba de asaltarme. ¡Silencio! Que el dólar es un gran pez que se puede escabullir... ¡Feliz pesca, caballero! (Pausa) ¿Le confieso algo? La tensión del atraco me secó los labios... ¿Le invito a una copa? ¿Le asalto y me invita a una copa? ¡En fin!, pero sólo una y rápido, ¿eh? (Coloca el baúl a modo de mostrador.) ¿Qué van a tomar? Me quedé sin saliva porque aquí, el señor, es un estilista de largas uñas y me va a atracar... Yo sólo pregunté qué van a tomar... Whisky, ¿y el señor desvalijador tomará...? Jugo de tomate... El asaltapeatones tomará... ¡Lo oí, señor!, no soy duro de oído, frecuento el conservatorio Clarinete Mckay... (Pantomima de beber, luego desmonta la barra de bar.) De nuevo en la calle. Sí, de nuevo, señor Cossa. (Exhibiendo una clavel.) Caballero: ¿rosas, magnolias, lirios, nomeolvides?... Me encantan las flores, de veras, pero sufro un asalto y no estoy para... ¡Oh, señor!, con una flor en la mano, la vida es una fiesta... ¿Y si yo le confesara que la vida es un desvalijamiento? Oiga a esta florista: con un clavel en el ojal, hasta las aves de rapiña del Bronx sueñan con Mozart... ¡Ejem! ¿Puedo comprarle un clavel? ¿Cuánto cuesta? Un dólar. ¿Puedo? Pagaré ese dólar. No quiero que toque un céntimo de su bolsillo, que ahora es mío. (Pausa.) Reinaldo Cossa, desde que inicié el salto, no cesó de gastar. Ahora me toca a mí... ¿Qué insinúa? Dio una limosna a un parásito, se bebió un whisky, compró flores... Siempre bajo su permiso. ¿Ah, sí? ¡Socorro! No huya, se juega la piel...(Regresa de su fugaz de su tímida fuga.) Bien. Ahorraremos... Venga, entremos en esa tiendecilla... (Pausa.) ¿Qué desean? ¿Qué vale ese traje gris perla del maniquí? 600 dólares. Su precio... es exorbitante... Sepa, señor, que es pura lana virgen... ¿Y no tiene uno sintético? ¿Usted lo oye? ¡Miserable! ¿Adónde vamos? Hacia Diamond Row. De acuerdo, señor... ¿Señor? Valdés, Chino Valdés... El traje nuevo le favorece, Chino Valdés... y pensándolo bien, nos hicieron un precio óptimo... (Pausa.) ¿Dijo Diamond Row? Señor Cossa, ¿qué se nos perdió en el santuario de las joyerías...? Camine. (Pausa.) Vea, observe ese fulgor del escaparate... El señor de la levita negra y sombrero querrá venderle la joya y yo, señor Valdés... ¡Miserable! (Observando su dedo.) El rubí de la sortija brilla como una gota de lluvia... (Pausa.) ¡Eh! Está temblando... Es la opresión... del secuestro. (Pausa.) Un grito... tal vez me liberaría algo... Grite. ¡Socorro! Me atracan, señor peatón... Thanks very much...! Es inútil, no le oyó con precisión... La Quinta Avenida es la dama urbana de la urgencia... (Pausa.) Quizá si leyera unos poemas... ¿Quiere leer un poema ahí? ¿En la New York Public Library? Si lo autoriza, leería Poeta en Nueva York... Pase. La biblioteca planetaria le mostrará sus joyas impresas. Déjese de sarcasmos... ¡Ojo con el par de leones que custodian la entrada...! (Mutis rápido. Aparece con un libro en la mano.) Y de nuevo... en el asfalto... Los poemas, ¿aliviaron su tensión? ¡Socorro! Me atracan... Thanks very much! Qué obstinado es... No sé si echarme a llorar o rezar... Ahí tiene la catedral de San Patricio para orar. ¿Me permite recogerme? Nos recogeremos espiritualmente, hermano. (Canturrea un canto gregoriano.) ¡Oh, padre! Me atropellan... (Bendiciéndolo.) In nómine Patris... Quizá usted pueda hacer algo... et Fílii, et Spíritus Sancti... ¡Por todos los santos, ayúdeme! No me alteres la paz de los santos... Padre, el tipo que llevo a mi lado es capaz de robar el cepillo de limosnas... ¿Deliras, hermano? El tipo me saqueó, padre. (Pausa.) Sin injuriar, hijo, primero se requieren pruebas... ¿Pruebas? ¿Dijo pruebas? No hay que ofender, agraviar... Ándese con cuidado, Padre, que el Chino en un santiamén... Te veo confuso, desasosegado, ¿y quién no, padre? Ven, aquí, al confesionario. ¿Y por qué no él?, va tan cargado de pecados que se cae... Sé, humilde, hijo, descarga tu conciencia. Pues verá, yo iba ensimismado por la Quinta cuando... No, no, anécdotas de calle, no, hurga en tu alma... ¿Hurgar? Pues... sí, tengo problemas, pero al menos iba por la acera con alma de jilguero sin jaula cuando...Tus culpas, tus caídas, ¿graves, capitales, veniales? Entonces... entonces el Chino me abordó y dijo a bocajarro... No, no, no, omites, omites, examen de conciencia. No omito, el Chino con su calibre del 38 me... Ve y como penitencia medita en el gótico altar mayor... Cuidado con el Chino, Padre, que le roba la vestimenta y sale ensotanado de la catedral... La vida es un continuo asalto, hijo mío... (Cesa en su cántico. (Pausa.) Pise el pavimento con sosiego... parece un turista extraviado por Rockefeller Center... Pausa.) Quizá unos ejercicios respiratorios... Claro, muchacho, aspire, respire, ¡vea cómo lo hago yo! Se sentirá mejor. (De súbito, unas sombras chinescas remiten a una pelea callejera.) ¡Eh! ¿Qué relajo se trae ese negro con el hispano? Matan su ocio. ¡Dios!, pelean con una navaja en la mano... No se meta... Se van a destripar.. He dicho que no se meta... Son jóvenes, buenos cueros, y tienen todo el tiempo del mundo para administrar mejor la esperanza... Ignórelos. Pero si están en la flor de la vida... Cállese. Ese relampaguear de navajas corta el aire... y lo teñirán de sangre. ¡No! Todavía les hará un poema... Evite la pelea. ¿Yo? Usted es un duro de Manhattan, ¿no? No puedo. ¿No puede, eh?
(Reynaldo Cossa se revuelve contra su secuestrador, pantomima de forcejeo. Al fin logra arrebatar el arma que Chino Valdés oculta.)
Devuélvame la pistola... ¡Quietos, gallos raspudos o abro fuego! (Las siluetas se paralizan, sorprendidas, titubean y huyen en direcciones opuestas.) Lo consiguió, cabezota... Ja. Ja. Ja. Es fantástico. Ahuecaron el ala, evitó el vergueo... Vivirán, ¡oh, sí! Eso es lo importante... Eran tan jóvenes... (Pausa.) ¿Por qué me mira fijamente? ¿Qué me vio? Mi revólver... ¡Ah! Disculpe, ahí tiene, fue un desliz... (Reynaldo Cossa hace el gesto de entregar el arma con sentimiento de culpa.) No vuelva a desarmarme... No. Ni se le ocurra... Debo... debo disculparme... La paciencia de Chino Valdés tiene un límite... Se me desbarató el cráneo y... Estoy hasta la cachimba de usted. Mil perdones... Hasta el gorro, como diría un español... Controlaré la vaina de mis utopías, no volverá a suceder. Quitarle el revólver al mejor revólver de Manhattan... No se ponga así... ¿Y cómo quiere que me ponga? No se deprima, se lo ruego... ¡Carajo! Me rompió todos mis roles... Fue una frivolidad por mi parte... Desarmar al Virtuoso de Largas Uñas... Pero, Chino, no hubo testigos, ni un sólo cuchillo del Bronx a la vista... ¡Faltaría más! Anímese, ¿qué tal si subimos a los estudios de NBC? ¿Para qué? Se haría famoso, Chino Valdés: su happening bajo el sol de la Gran Manzana sería noticia en el mundo... ¿El mundo? Debería ir al psicoanalista, tiene aires de grandeza... ¡Eh! ¡Oigan! ¡Ustedes! ¿Es a nosotros? ¿Es de ustedes ese carro mal estacionado? ¡Un policía al fin! Estoy salvado. ¡Ojo con irse de la lengua, no olvide que lo tengo encañonado! (Se ciñe a la sien una gorra.) ¿Es de ustedes ese carro mal estacionado? (Se pone a cuatro patas, ronronea como un motor.)) Deténgame a mí, mire, observe, escuche, estoy sin combustible y en doble fila... ¿Se chotea de mí? La contaminación le desbarató el cráneo, agente. ¡No lo defienda! ¿Sabe que ordenó en su testamento? Que en su último suspiro lo desguacen y lo entierren en un cementerio de coches. ¡Vaya funeral! Por eso quiere que se lo lleve una grúa. Pues llévelo psiquiatra. Ahorita lo está esperando. (Pausa.) ¡Oh, el policía se va! No me ande vacilando con la poli, Reynaldo Cossa... Sí, claro. Anímese. Fue una posibilidad... En New York hay más policías que gatos. Pues deben andar por los tejados porque nadie me libera... (Bosteza.) Con este sol tanto vaivén me entró apetito... (Pausa.) Cerca de la calle 53 hay una pizzeria que... Usted siempre mirando por su bolsillo, que ahora me pertenece... pues lo cacé como a un gorrión... ¿o no? Debo celebrarlo con un menú del carajo, quizá unos espárragos en finas lonchas de salmón ahumado... Encima, Chino, será usted el Walt Whitman de la gastronomía... Hoy es un día grande... ¿Ah, sí? Entonces vayamos al Chumley's, aún hay ecos de tertulias de gente como Joyce, Steinbeck... Déjese de mitologías, Reynaldo Cossa... (Pausa.) Tiene razón, Chino, comamos el plato del día en ese restaurante hindú... ¡Miserable!
(Sugerencia de barra de restaurante, mesa y sillas con el recurso del baúl. Reinaldo Cossa lleva una servilleta en el brazo.)
¿Qué van a comer los señores? Para hacer boca, traígame ostras con champaña... ¿Y aquí el señor? No. Yo no tengo apetito... ¿Ah, no? Es que... aquí el amigo me asaltó... ¡Otra vez exhibiendo su vida privada! (Suspira.) Ya no puede disponer de un centavo... Ea, traígale una ración de cangrejos y agua mineral... Y entrégueme a mí la cuenta... ¡Okey, señor! Como ya le dije, quiero su dinero virgen, íntegro, intacto y completo. Esas ostras, Chino, costarán un riñón. ¡Miserable! (Pausa.) Hacía tiempo que no disfrutaba de la buena mesa... ¿Paseamos, Chino? Cómo no, Reynaldo Cossa. ¿Le gusta pasear, eh? Qué remedio. Usted y su victimismo, sonría, carajo. (Sonríe.) ¡Más! (Sonríe.) ¡Más! (Sonríe.) No está mal. Chino, ese par de chavas se voltearon al vernos pasar... ¿Y qué? Han pensado: ¡bárbaro!, qué cueros, qué planta, parecen las Torres Gemelas, pero de carne y musculazos, ja, ja, ja. Qué tonterías dice. ¿Qué tal si las enamoramos y las llevamos ante un altar? ¿Se le desbarata el cráneo, Reynaldo Cossa? Chino, usted y yo juntos bajo una marcha nupcial... Qué, qué, qué. (Silbando una música de Mendelssohn.) Es un día perfecto para ligar... (Se les cruza un vendedor.) La Prensa, New York Times, Noticias del Mundo... ¿Puedo, Chino? ¡Oh, gracias! Chico, un ejemplar. (Paga y lee.) ¿Qué fisgonea en la página de sucesos? ¡Nada! Ni una puta línea. No se me vuelva hipocondríaco. Es que no somos nadie, Chino. ¿Qué quiere? ¿Que lo asalte y convoque una rueda de prensa? (Cerrando el periódico.) Chino. ¿Eh? Que no sé nada de usted... ¡Faltaría más! Cómo son sus viejitos, si tiene el corazón enamorado... ¿Pretende convertir el asalto en un consultorio sentimental? ¿Cómo es su media naranja?, ¿me deja que la imagine? Otra virtuosa. ¡Me está usted tocando los cojones! No, no, no. Sí, sí, sí. No, no. Sí, sí. Entonces, ¿de novia, nada? ¿Y a usted qué carajo le importa? Chino, es que yo tampoco tengo... ¡Guárdese los chismes para el psicoanalista! Chino, yo creo que debemos diseñar un proyecto existencial de futuro... ¿Un proyecto de qué? De futuro, Chino. Reynaldo Cossa usted está pero que muy sonado, eh. (Pausa.) ¿Taxi-Sex, caballeros? ¿Oyó eso, Chino? ¿Oyó lo que dijo el tipo? ¡Ni caso!, sólo me faltaba ahora un relajo de putas. (Pausa.) Anímense, ¿Taxi-Sex circulando a toda madre por Manhattan? ¡Eh!, pare, ¿dónde va usted? Chino, en esa limusina van unas jovenazas a todo dar. Olvídelas. ¡Vamos, señores, no se me hagan, las chavas están en puros cueros! (Pausa.) Chino, el asalto me tiene muy extresado y quizá... Reynaldo Cossa, le recuerdo que lo acaban de asaltar no de homenajear... ¿Y si le pago yo el revolcón, Chino? Déjele, señor, déjele que le pague el revolcón. ¡Usted se calla, Taxi-Sex! Además hoy viaja en la limusina la Bella de Brooklyn. ¿De veras? La doy de aperitivo. ¿Oyó eso, Chino? La Bella de Brooklyn para abrir fuego... Se cree todos los cuentos, Reynado Cossa. ¿Y por qué no lo va a creer el señor? Oiga, ¿y a cuánto es el minuto? No, no le responda a este miserable. Mis chicas, ¿un minuto? (Le da un salivazo.) ¿Vio?, el celestino me escupió... Qué calma hay que tener con usted, Reynaldo Cossa... ¡Oh, las señoritas desnudas de la Quinta Avenida se nos van! (Pausa.) Sí, qué paciencia. (Pausa.) Pero si era la Bella de Brooklyn... ¡Cállese y camine! Qué ocasión, Chino, qué oportunidad... ¿Tendré que amordazarle? Sólo un comentario más... ¡Suéltelo y reviente! Es... que... parece usted... No se reprima. Un personaje de un tango acanallado... (Reynado Cossa tararea un tango y da unos pasos de baile.) ¿Pero usted con quién cree que se la juega? No se me altere, Chino, se lo sugiere su compadre. ¡Usted no es mi compadre, sino la víctima! Pero también las víctimas tenemos nuestros derechos inviolables. ¡No!, si aún me hará creer que hoy es el Día Mundial del Asaltado. (Pausa. Reynaldo comienza a girar sobre sí mismo hasta convertirse en un tatuador de calle.) Deme, su blazo, señol, esa leivindicación se la puedo glabar en la piel. Imposible, suélteme el brazo. ¿Pol qué imposible? ¡No toques a mi cliente o te rajo! De acueldo, pelo yo de usted no me sentalía nunca a la mesa de un lestaulante chino, pol si acaso... ¿Por si acaso, qué? Pol si acaso al cocinelo se le va la mano en el menú del señol... (Pausa.) Fue injusto con él, sólo me quería tatuar una frase. Olvídelo. Sí, pero mi debilidad son los rollos de primavera y el puerco agridulce, ¿dónde lo comeremos ahorita? ¿Comeremos? Yo ya no vuelvo a comer con usted en ninguna parte... Orále, mueva el culo. Ya, ya me muevo... El tatuador ése me dejó con la mosca en la oreja... Se enojó, es todo. (Las voces se vuelven susurrantes, casi íntimas.) ¿Qué vaina es esa de que no pise un restaurante chino? (Bajan las luces entre una música del fluir del tiempo. Cuando se ilumina la escena tropieza con el baúl otra vez a modo de banco de calle.) Chino, echemos una sentadita en esta banca... ¡Un descanso rápido, eh! (Pausa.) Señor, ¿le importa compartir el banco? (El aludido tiende a llevarse la mano a la mejilla, con un gesto dolorido.) ¿Qué banco? Qué banco va a ser... (Reynaldo Cossa se sienta en el centro y mira a izquierda y derecha.) Es que yo ahora tengo dos bancos... (Pausa.) Chino, otro alunado suelto... ¿Qué murmuran?, yo nunca miento, dije dos bancos y son dos bancos... Claro, claro... ¿y dónde dejó el otro? El otro, señores, es mi lugar de trabajo. ¡Trabaja usted en un banco! (Con un hilo de voz.) ¡Calma, Chino, no se delate! Pues sí. ¿No será usted un jefazo, el interventor tal vez? ¡Chino! ¡Oh, no! Qué más quisiera, soy el cajero, pero ¿saben una cosa? Sí. ¡Chino! Por mis manos desfilan más dólares que por ninguna otra mano. ¿Cómo cuántos? ¡Chino! La banca deslumbra... ¡Carajo que deslumbra! ¡Chino! Consejo de Administración, tipos de interés, precio del dinero... ¿y qué es eso? Pura abstracción. Sin embargo el alma de un banco está en las manos de un cajero. ¡Y que lo diga! ¡Chino, no se pase! Nadie conoce las tripas de un banco mejor que un cajero. ¡Seguro! Nadie sabe la hora, el momento crucial del día en que la seguridad de un banco pende de un hilo. ¿De un hilo? ¡Chino! No lo saben ni los mismos atracadores de banco. ¿Ah, no? Señor, a lo mejor lo echan de menos en el banco... Me dieron una hora para extraerme una muela del juicio y la anestesia me tiene en una nube... ¡Pues mejor no se baje del nubarrón! Reynaldo, permita que el señor platique a su antojo... Si yo les contara... Cuente, cuente. No, ¡mejor no cuente nada! Miren ustedes, entré en el banco de botones y llevo de cajero 20 años, siempre en la misma entidad, en idéntica silla, en la ventanilla de siempre... ¡Amigo, me deslumbra usted! Creo... creo que Michael Jordan juega hoy en Madison Square Garden... ¡Reynaldo, no nos cambie la plática! Si el dólar es hijo del sueño americano, este humilde cajero se considera un contador de sueños. ¿Pueden creerme? Yo lo creo. ¡No le tire de la lengua! Amigo, usted mencionó el momento en que la seguridad de un banco pende de un hilo, ¿platicó eso, no? Tiene usted buena memoria. (Pausa.) Se nos hace tarde... (Murmura.) ¡Siéntese, pendejo! (Un foco cenital lo encierra en la intimidad de un aro de luz.) Hay... hay un momento en la jornada en que la febril actividad parece no dar más de sí y el banco entra en otra dimensión y se instala una sensación de vacío, de que todo funciona porque sí, al margen del personal, computadoras y clientes... y a ese instante fugaz yo lo llamo la hora flaca del banco donde los billetes bostezan, los cheques dan cabezadas y los relojes se muestran remisos a marcar el tiempo, y, justo en ese momento de inacción, si un atracador asomara la nariz se movería por la caja fuerte como Pedro por su casa, y nadie movería un dedo sumidos en la parálisis de un instante inexplicable. (Vuelve la luz general.) ¿Sabe?, esa hora flaca me dejó pero que muy pensativo... ¡Chino! ¿Podría precisar a qué horita más o menos sufre el banco esa flojera crepuscular? (En pie.) Señores, la pregunta es propia de un asaltabancos. ¡Buenos días! Mírelo, Reynaldo, obsérvelo, el cajero se nos va como si nada... (Pausa.) Vayámonos nosotros también de aquí... Me dejó con la plata en los labios el tocadólares. Ni caso, observe que dulce brisa se levantó... No necesito que me dé ánimos. Yo sólo intentaba... ¡Alargue el paso!, Chino Valdés no necesita compasión de sus víctimas... Chino, yo... ¡Le ordené que andara rápido! ¿Le parece bien estas zancadas? Camine como un muerto, ¡en silencio! (Ademán de recoger un teléfono celular que le ofrece un viandante.) Por favor, háblele usted, sáquela de su error. ¿Hablar?, ¿sacar de su error? No se meta dónde no le llaman, Reynaldo Cossa... Por favor, dígale a ella que estoy con ustedes. ¿A ella? Dígaselo. Está... está conmigo. ¡Cómo!, ¿qué quién soy yo?, pues... Dígale que no estoy con otra. ¡No está con otra! Dígale que ella es la flor de mis sueños. Es la orquídea de su mejor sueño... ¡Le dije la flor! La orquídea es mi flor... Sí, pero usted no habla con su mujer, sino con la mía... ¿No me deja oír! Perdón, disculpe... ¡Eh!, ¿qué con quién habla?, señor Cossa, a sus pies... ¿Qué lo de la orquídea sonó bien? (Gesto de vanidad.) Dígale que no voy con la Peggy en yate por el Caribe. No, no va por ahí, morreándose con la Peggy... ¡Por ahí, no! ¿No? Debe decir: no va con la Peggy en yate por el Caribe. ¡Mande al carajo ese teléfono, Reynaldo Cossa! No va por el Caribe en yate... ¡No, no, no!, a ella le importa carajos si voy por el Caribe en yate o en patín, ¿entiende? ¡No me grite! A ella lo que la pone de los nervios es si voy con la Peggy, ¿está claro? Señora, la Peggy es una sombra sexi de sus celos. No, no, está tergiversando mis palabras. ¿Lo ve, Chino?, usted arrima el hombro y el tipo lo injuria, mándelo a comer viento. Me juego el divorcio, por favor, dígale: él-no-va-con-la-Peggy-en-yate-por-el-Caribe. ¡Huy, huy, qué aullidos!, eh, eh, señora, no me machaque los tímpanos... ¡Oh, Dios, ella debe estar en el límite milimétrico de su histeria! ¡Reynaldo Cossa, corte ya! Si está al límite hay que sintetizar, ¿no? Sintetice, pero no invente. Señora, él, la Peggy, el yate y el Caribe, es una abstracción, ¡nada que ver! Oh, ahora le habla en clave de crucigrama. ¡Silencio!, diga, diga... ¿qué cómo sé que él y la Peggy no...? (Ojos en blanco.) ¡Carajo!, por que voy con ustedes por Lexington Street... ¡Eh, ¿tapadera de quién?, señora, yo no soy tapadera de nadie... Reynaldo, ahora es ella la que le pone a parir, ¡arroje el teléfono a una papelera! No, no, yo del Caribe no tengo ni una palmera, por eso emigré a New York. ¿Qué le cuenta, pero qué le cuenta?, a ella sólo le interesa si le hago ¡uuuh! (Gesto de cuernos.) No, my lady, él no le hace uuuh... ¡No, no le diga eso. ¿Ah, no? Le dije que le hable al dictado de mis palabras. Oiga, amigo, ¿ve esta pipa?, (Muestra el revólver.) mejor será que busque otro taquígrafo... ¡Oh, sí, claro, por supuesto, comprendo!, y usted, Mr. Inútil, ¿qué hace con mi teléfono en la mano? (Gesto de devolver el móvil.) Váyase usted y su Peggy a freír monas, Déjelo ya, Reynaldo Cossa. Y no les quiero ver por mi tierra, mi Caribe azul y lindo... ¡Bien dicho! ¿Le gustó mi reacción, Chino? Por una vez debo confesar que sí... ¿En serio? Venga, no se quede estático... ¿Aplaude mi actitud? Sí, coño, sí. Chino, usted me lleva a la contradicción, debería aborrecerlo por haberme secuestrado a la luz del día, pero por otro lado usted me eligió a mí entre millones de neoyorquinos. Órale, admita que vio algo en mí, un ojo experto como el suyo no elige al azar. ¿Qué me vio? A esta bola terráquea le faltan sueños, quizá percibió mis utopías dibujadas en la frente, ande, sea buen compadre, qué me vio, Chino; seguro que es un usted un tipo selectivo con el material humano que trabaja e intuyó mi frase favorita que me llevaba extraviado: el arte sueña en que se encienden todas sus luces. Si, Chino, usted pensó que un mito del Bronx a la hora de ratear debe echar el guante a un pájaro con un sueño en las alas... (Pausa.) No me divague, Reynaldo Cossa... Con usted, Chino, nunca se sabe que hay a la vuelta de la esquina... ¡Sigue divagando! Sí, ¿pues qué me dice de ésos... ¿Quién son ésos? Esos dos tipos de allá se traen alguna vaina... ¡Ya empezamos! Uno tiene ojos atravesados y el otro parece tantito compungido... ¡Ignórelos! Señor, ¿se encuentra bien? ¿Le ocurre algo? Sí, sí, ¿ve aquel hombre que me vigila?, pues le quise vender una póliza contra accidentes y me acaba de asaltar. ¡No! Como le digo. (Pausa.) Chino, ¿oyó éso? El señor es vendedor de seguros y ahorita lo acaban de desplumar. ¡Eso le pasa por vender seguridad! (Pausa.) ¿Podemos hacer algo por usted? Sí, por favor, a mí me tiemblan las piernas, avise a un coche patrulla... ¿Habla en serio? Sí, llame a la policía. ¿Yo? ¿A la policía? Avise que hubo un atraco... ¡No es posible! ¿Por qué no es posible? Porque yo soy también sufro otro asalto. ¿Qué me cuenta? No le cuento, soy otro recién asaltado. ¿Otro? ¡No puedo creerlo! Chino, platíquele a este incrédulo. ¡Dije que no hablara con extraños! Ya lo oyó amigo. Ayúdeme, sufro un ataque de pánico. Cálmese y diga, ¿por qué su asaltante no se esfuma? No lo sé, le di la cartera, el reloj, la sortija... no sé qué más quiere el ratero. ¿Y usted desea perderlo de vista de una vez? ¡Imagínese! Y llegar pronto a casa, regar las buganvillas del jardín. Yo no tengo buganvillas. Qué error, señor, no tener buganvillas, ese fulgor morado y verde que ilumina la planta... Yo no tengo jardín, vivo en el piso 47. ¡Reynaldo, no se me enrolle! Sí, usted sólo desea entrar en casa, llevar unas flores y darle un besazo a su mujer. Acabo de salir de mi último divorcio... ¿Nadie lo espera? Los cacharros de cocina en el fregadero. (Pausa.) Ese cuervo le habrá desmadrado todos su planes... pues... incluso tiene un boleto para el Metropolitan House... No me interesa la ópera... ¿Tal vez tiene previsto ver lo último de Woody Allen. No me interesa ese cine... (Pausa.) Si no es indiscreción, ¿dónde pensaba ir? En realidad a ninguna parte. ¿Un peatón sin rumbo, eh? Pues sí... Jamás me atracaron, de ahí el temblor de rodillas, pero usted, en cambio, tiene aires de asaltado con gran experiencia... ¿Yo? Sí, sí, es increíble su sangre fría. (Pausa. Fatuo.) Esta gente en el fondo no son lo que aparentan... ¿Ah, no? Vea, fuman un cigarrillo, nos observan, nos dejan platicar... ¡No, si aún habrá que felicitarles en sus cumpleaños! (Pausa.) De desplumado a desplumado, ¿le soplo un consejo? Tengo mis dudas... (Pausa.) Oiga la voz de la experiencia, usted admitió estar solo, carecer de un plan para despedir ese día que se va para siempre y... pues bien, dese una vueltecita por Manhattan... ¿Con quién me vació los bolsillos? Ajá. ¿Con esa rata? ¿Tendrá un nombre, no? Tendrá. Y ni siquiera sabe su nombre de guerra... ¿No quiero saberlo? Pues mi asaltante no es un cualquiera. ¡No me cuente! Es una celebridad. ¿Ah, sí? ¡El mítico Chino Valdés!, ¿le suena, eh?, ¿y su atracador quién es? ¡Y yo qué carajo sé! Le juego un dólar a que no tiene el renombre del mío. ¡Eso son pijotadas! De pijotadas, nada, señor, hay un chispa de fantasía en Chino Valdés a la hora de vaciar un bolsillo. ¿Ah, sí? En un parpadeo te deja sin calcetines. ¿Y no le pidió un autógrafo cuando lo dejó sin cartera? Sin exagerar, eh... ¡Oiga, me tiene absorto!, ¿lo suyo es un atraco o una despedida de soltero? Me gusta saber el perfil de quién me roba la plata. Por cierto, y el suyo ¿qué perfil tiene? ¡Que se lo lleve el diablo! Pero, hombre de Dios, no sea usted así. ¿Cómo? Ignora quien se cruzó por su vida. No se cruzó por mi vida, sino por mi bolsillo. Ignora si está en el paro, si su techo es el metro, si llegó de ilegal o... (Pausa.) Me deja sin un dólar en el bolsillo y voy a ir de la mano con él a ver escaparates... ¿Y por qué no? Tendría con quien platicar, a lo mejor ambos son del mismo equipo. ¿Qué equipo? Los Angeles Lakers, y con suertecilla lo mismo le vende una póliza de seguridad y además... ¿Qué? Dejará usted de ir por ahí... ¿Cómo? Sin guardaespaldas; apuesto a que ahora nadie lo asalta... ¿Seguro que tiene la olla en su sitio? Chino, sigamos caminando, no soporto a estos asaltaditos recién estrenados... (Pausa.) Si lo dejé platicar es porque no tengo el ánimo ni para caminar... ¿En serio, Chino? No, no me apetece dar un paso... ¡De veras? (Zigzaguea de súbito y lleva la mano a la cabeza.) Chino, ¿le pasa algo? ¿Se encuentra bien? No es nada, la cabezota me da vueltas. Está ceniciento... Mi mente es una noria. ¡Se tambalea, Chino! Sí, me tambaleo. Tiene que verlo un médico. Me duele el estómago, el cráneo se me va... Hay que llevarlo a urgencias, ¡taxi!, ¡taxi! Estoy mal, sudo... ¡Taxi! ¡Taxi! Fue el mal de ojo del chino... No me sea superticioso... ¡Entonces fueron las ostras! ¡No paran esos malditos taxis! ¡Ay, qué jodido estoy! Un paso más, Chino, al semáforo... Me sentaron como un tiro las ostras... ¡Eh, usted, señor! ¿Nos lleva en su carro a...? Se largó el muy... ¡Chino, su pistola! ¿Qué hace con mi...? Su pistola, ajá, ahora verá... Me dejó sin mi... ¡Usted, pendejo, abra la portezuela del carro, esto es un atraco! ¿Un... un atraco? No, no dispare... Entre en el carro, Chino, y acomódese. (Pantomima de conducción sobre el baúl.) ¡Jodidas ostras! ¡Rápido, al hospital general! ¿No...no era un asalto? Silencio y ¡a urgencias! (Pausa.) ¿Cómo se encuentra, Chino? ¡Uy! ¡Uy! Ese tatuador del carajo... Que no, Chino, que no, que fueron las ostras... ¿Ostras?, ¿pero no es un atraco? ¡Cállese y maneje rápido! ¡Oh! ¡Oh! ¿Todo bien, Chino? Ahora las tripas se me van calmando... ¿Seguro que se recupera? Sí, ahorita creo que sí. Tranqulícese... Sí, fue... fue un corte de digstión... Amigo, pared usted el carro ahí, en la esquina con la 14. ¿Pero no íbamos a urgencias? ¿Quiere que le vuele la cabeza? Reynaldo, no se ponga así... ¡Es que el tipo me exaspera! No, no, no dispare... Salgamos del carro, Chino. ¿A sí que un atraco eh?, ¡pareja de lunáticos. ¡Le voy a...! Reynaldito, ¡ni caso! ¿Me llamó Reynaldito? ¿Y? Sí, me llamó Reynaldito. Bah, bah, y no vuelva a desarmarme, ¡Ni se le ocurra! Ahí tiene la pistola. Se lo dije: ¡faltan huevos para desarmar a Chino Valdés! Lo sé, lo sé. ¡La última vez! Chino, no se me enoje... Uno, dos; uno, dos... ¿Qué hace? Ahorita el que tiene que hacer ejercicios respiratorios soy yo... Uno, dos; uno, dos... ¿Por qué, Chino? Desde que di con usted necesito saber quién carajo soy, dónde estoy y adónde voy... Yo puedo ayudarle, Chino. ¡Usted! Dígame, ¿de chavo cómo era usted?, ¿también quería ser marinerito de la mar? ¿No irá a hurgar en mis entretelas? Lo imagino de bebito ya en la mera cuna, aprendiendo a soltar su primera parrafada: ¡todo el mundo al pinche suelo, esto es un atraco! (Gesto ufano.) Exagera. ¡Ah, caray!, yo en cambio, de chiquito, rompí a hablar con la canción desesperada, ya ve, Chino, casi sietemesino y... "puedo contar los versos más tristes de mi vida..." ¡Cierre la bocaza! Somos tan distintos, Chino Valdés. ¡Faltaría más! ¿Se da cuenta? Pese a la delicada situación, nuestra relación no va tan mal... ¿Nuestra relación?
(Reynaldo Cossa avanza con una silla hacia el lateral derecho, orillando el proscenio, mientras bajan las luces, descansa las manos en el respaldo de la silla y una luz la luz cenital cae sobre él.)
Sí, Chino, nuestra relación. Al principio, como toda relación, surgió de forma insospechada, pero este tipo de relaciones sin programar, obra de la espontaneidad, a veces es lo que mejor funciona. Todo sucede muy fluido. Cuántas parejas desearía algo tan novedoso, tan súbito, donde cada cual asume con rigor sus propios roles. (Cree tenerlo a sus espaldas, se ladea un poco.) No, no, no me interrumpa. ¿No se ha preguntado por qué lo nuestro dura tanto tiempo? Calma, calma, Chino, déjeme seguir. Según las estadísticas al neoyorquino medio le cuesta superar su propio aislamiento. Y es que vivimos instalados en una burbuja fruto de nuestra indiferencia hacia lo ajeno. ¿Y quién dijo que New York es un puñado de islas? ¡Puras mentiras, Chino! New York es más rica en islas que en dólares, de veras, Chino. Cada peatón es un perfecto islote. Venga, sentémonos en las escalinatas de la Public Library. Muy bien. Así. Vea, Chino, el desfile de peatones por las aceras. Fíjese nomás, cada transeúnte lleva una celda en su interior y él es su propio carcelero, sí, Chino, no abra los ojos como platos, se lo dice alguien cuyo oficio es explorar el alma de la ciudad. Y a sí les va y a sí nos va... (Sonríe.) Bueno, a nosotros, Chino, no nos va tan mal, paseamos, disfrutamos de ese museo humano que es Manhattan y, lo más esencial, Chino, nos comunicamos. ¿Se da cuenta? Logramos reventar la burbuja, huimos de su envoltorio, somos pájaros libres, ¡ejem!, yo no tanto, claro, a fin de cuentas, usted me asaltó a punta de pistola y..., pero si logro hacer una abstracción de esa arma que oculta en el bolsillo, si logro ignorar esa realidad, entonces podría decir que me siento como una gaviota sobrevolando el Empire State, y aunque no me crea, Chino, ya dudo y estoy replanteándome mi situación de peatón atracado... ¿puede creerme, querido? (Se gira con brusquedad.) ¿Querido? ¿Dijo... querido? Bueno, Chino, yo no quise... ¡Oiga! ¿Qué vaina se trae usted conmigo? Amigo Chino, yo no... ¡Y no me llame amigo! Yo no soy su amigo. Éntrele de una vez a la puta realidad. ¿Me oyó? No me llame amigo y menos querido, ¿okey, Reynado Cossa? Okey, Chino Valdés. ¡Espero no tener que repetirlo! Y entonces, ¿cómo prefiere que lo llame? ¡Chino! ¿Y por qué no Chino el ratero galante del Bronx? ¡Chino! ¿Y por qué no Chino pelón, matón, huevudo y mandón? ¡Chino! ¿Y por qué no el chino chinito de Chinatown? ¡Chino! ¿Y por qué no el Bello Chino? ¡Chino! ¿Y por qué no? ¡Porqué no! ¡Carajo, porqué no! ¿Entendido? No, no, no. ¿Asimiló? Chino, Chino, Chino. Y encima no será un chino de la China... (Pausa.) No vuelva a tocarme los huevos, Reynaldo Cossa, no, ¿eh? Chino, yo no le toco los... ¡No me toque nada! ¡Nada! Verá, yo... ¡Silencio! Pero es que... ¡Silencio! Le prometo que no volveré a... ¡Silencio! (Pausa.) Es que si lo llego a saber no lo asalto, ¡por mis muertos! Caray, Chino... Qué pesadilla, ¡ojalá me hubiera asaltado a mí mismo! Chino, yo tengo derecho a ser asaltado como los demás... No, no debí pedirle ni la hora. Pero si soy un atracado muy guay. Cállese. Sabe, Chino, cuándo me asaltó me puso los huevos de corbata, je, je. Abra otra vez el pico y lo dejo listo para la funeraria, ¡palabra de Chino Valdés! No se me ponga así... ¡Lo dejo con la bocaza cosida hasta Juicio Final! (Pausa.) Chino, precisamente del Juicio Final aún no hemos platicado. Abra la boca de nuevo y... No, no. Dele de nuevo a la lengua y... No, no. Diga esta boca es mía y... No, no. Sí, sí. No, no. Vamos, platique, bribón, platique. Que no, Chino, que no... Y yo le digo que sí... Pues yo le digo que no... (Pausa.) (Se revuelve como si cruzara con su sombra.) ¡Sin bizquear! ¿Ven este Rólex? Oro de por vida... No, lo siento, no tengo el ánimo para... Es una ocasión de puta madre, un relojazo a precio de saldo... Déjame echar un vistazo... Cómo no, compadre. (Examinando el reloj.) ¡Es una baratija! ¿Seguro, Chino? (Temblando.) ¿Dijo usted... Chino Valdés? (Asiente con cara de circunstancias.) ¡La pringaste, jovenazo! Yo... yo... hacía mis primeros pinitos... (Pausa.) Creí ser el rostro más... Dígalo, Chino, el rostro más popular y estelar entre su gente... Algo así. Téngale compasión al pibe... (Resentido.) Intentar colocar al Virtuoso pura chatarra... A mí me vendieron el Rólex como oro... ¡Salga por pies, insensato! Soy novato en el oficio y... ¡No vuelva a romper una tertulia en el asfalto... ¡Claro, Chino, disculpe, sigan, sigan platicando... (Pausa.) Mírelo, Chino, se va con el rabo entre las piernas... Debí abrirlo en canal, tratar de dar gato por liebre al Virtuoso. Olvídelo, no es fácil dar golpes maestros como los suyos en medio de un semáforo... (Pausa.) Apriete el paso y no me dé jabón... La vida con usted, Chino, es un paseo inédito... Más ritmo, más ritmo, Sí, Chino, sí. ¿Y ahorita por qué jadea? Es que a este paso... ¿Qué propone? Otro alto en el camino... ¡No!, sentarse en una banca con usted es de locos... Luego de tanto sobresalto viene bien descansar la nalga, ándele... ¡Le dije que no! Mire, en ese banco hay un ciudadano escribiendo... ¿Y qué? Hace una óptima inversión con su tiempo... Acabará saliéndose con la suya. Estupendo, Chino, usted en ese extremo de la banca y yo en ese otro... (Se pone bruscamente de pie el desconocido.) ¡Se acabó! Vean... testamento hecho. Me largo, adiós. (Apunta su siente, simulando una pistola.) ¿Qué... qué va hacer? Ya lo ven, good-bye, Bola Tramposa! ¡Oiga, vaya a dispararse junto aquél árbol!, ¿o quiere salpicarnos con sus sesotes? ¿Sólo le preocupa que no le salpique, eh? Chino Valdés no se explicó bien. Oí cómo se explicó. ¡Ya se desató el desmadre!, no vuelvo a sentarme en un banca con usted, ¡jamás! ¿Por qué le recrimina? No es su amigo quién me empuja a volarme la cabeza. ¿Pero, hombre, qué le hizo su cabeza?, ¡no se la vuele! Deme una razón... Pues... en el lienzo de su vida predomina hoy el negro... ¡Eh, eh!, no me haga una canción... Lo suyo, señor, es una cuestión cromática... Qué dice, lo mío es pura y rabiosa desesperación... Quizá mañana en su lienzo predominen los grises... ¿De qué grises me habla? Y pasado mañana en el óleo de su existencia destaque la gama de los azules... ¿La gama de qué? Y su vida será azul. Pero ¿este tipo quién es? Eso mismito me pregunto yo desde que lo asalté... ¡Su caso es peor que el mío! Sí, es un jodido caso perdido... Me voy a pegar un tiro y el tipo se me pone picassiano... Sí, este Reynado Cossa es imprevisible. Va vendiendo optimismo existencial como si fuera cacahuete. Sí, él es así... ¡Es un enemigo público de los suicidas! Y usted es un enemigo público de la vida. A este cabrón me lo llevo por delante, ¡sígame! ¡Eh, Chino, que se me lleva! Un momento, ¿dónde va con él? Al más allá. No puede, él es mío. ¿Le tocó en una tómbola, eh? (Con la culata de la pistola, Chino golpea al desconocido, que se desploma. Al momento se yergue.) ¡Chino, tumbó al suicida! Que se mate más tarde. Y a mí me salvó la vida... Venga, vamos, y no se me ponga sentimental... Cómo voy a ponerme si estoy vivo gracias a usted... No tiene importancia... Dice que no la tiene, y estoy en el mundo de los vivos... Yo no sé por qué mundo anda usted. Le debo tanto, tanto... Olvídelo... No me pida que lo olvide, Chino, sería el puro retrato de la ingratitud... No empiece con las artes plásticas... Déjeme que le bese la mano, Chino... Mire que reanimo al suicida, eh... No me amenace con el suicida, Chino, que no es propio de usted... Pues cállese ya y dele esquinazo a lo que viene... (Pausa, con un susurro de voz.) Disculpe, señores, que los interrumpa... ¿Qué quiere? ¡Chist! Que a lo mejor nos siguen... ¡Quién nos sigue! Y por Dios bendito, baje la voz... (Toda la escena sucede en voz baja, salvo algún aullido de Chino Valdés.)¿Quién nos sigue? ¡Ellos! ¿Ellos? ¡Amigo, no moleste, largo de aquí! Los vi a ustedes en tan animada plática que... ¡Circule! Le agradecería que hablara más bajo... Mire como modulo yo: circule, amigo. ¿Se chotea de mí? Señor, no provoque a Chino Valdés... ¿Me ceden un minuto?, me llamo Johnny Martin, presidente en funciones del Silencioso Partido del Silencio. ¿De cuál partido? Agradecería adelgazaran las palabras, ¿Adelgazar qué? Y miren por el rabillo del ojo si nos siguen... ¡Déjese de pendejadas y esfúmese! Sólo es un minuto, por favor... Señor, ¿qué podemos hacer por usted? ¡Tanto! ¿De veras? Los demócratas y republicanos se acercan a la recta final... ¡Yo no voto! ¿Abstencionista, eh? Chino, a partir de ahora lo quiero ver votar. ¡No voy a votar, voy a reventar! ¡Pero sin gritar! (Mordaz.) Disculpe, ¿le parece bien ese tono? Casi perfecto, ¿y no nos siguen, verdad? Bien, oigan esto: hay que parar a esos partidos... ¿Y por qué hay que pararlos? Para hacer la revolución. ¿Qué revolución, señor? La revolución del silencio. ¡Eh, amigo, ya se le pasó el minuto! Y su partido... Exacto, exacto, mi partido ofrece la cultura del silencio... ¿En serio? ¿Quién manda hoy aquí? Pues... ¿La Casa Blanca? No, señores, gobierna la Casa del Ruido. ¡Dos minutos! Cerciórense, está por donde vayan. ¿De quién habla el tipo? Chino, habla del ruido. Es omnipresente. Está en todos lados, como Dios: en coches, aviones, aire acondicionado, radios, televisores, equipos de música, personas... ¿Y usted es el candidato a la Presidencia? Exacto. Vean si nos siguen... Pues... hay mucha gente por las aceras... ¡Se les ve el pelo!, son seguidores profesionales... Pues no sé... ¿Y qué me dicen de los perros? ¿De los perros? ¿Cuántos ciudadano se mudan de casa por culpa del perro del vecino? Así, así... (gesto con los dedos.) Sin embargo, mi equipo de veterinarios investigadores ha comprobado el asombroso oído musical de los perros... ¡Acabará platicándonos de Beethoven? De Beethoven iba a hablarles. ¡No lo soporto más! Lúa, una perrita yorkshire, acaba de aprender el primer movimiento de la Quinta Sinfonía... ¡En serio! ¿Imaginan? ¿Quiere decir que cuando un perro ladre será como un solo de violín? Muy bien, señor, ¿cómo se llama? Cossa. Reynaldo Cossa. Señor Cossa si ganamos las elecciones le ofrezco el cargo de Ministro de la Música, póngase a trabajar... Es que ahorita estoy, no sé, ¿maniatado, Chino? Amigo, tendrá que buscarse a otro ministro. ¿Algún sospechoso a la vista? ¿Qué? Si nos pisan los talones... ¡Oh, no lo creo! No se confíen... ¿Saben ustedes quien son los más interesados en hundir mi partido? Déjeme que lo diga: los fabricantes de tapones de ceras... ¿Fabricantes de qué? El señor se refiere a tapones de cera para amortiguar el ruido y dormir y... Muy bien, muy bien, qué valiosísimo colaborador sería usted... ¡Oh, muchas gracias! ¿Quiere dejar de darle coba a mi colega? ¿Alguien detrás de nuestros talones? ¡Sí, el viento! ¡Formalidad, Chino! ¿Y quién está con usted? Es un partido de avanzada... Sí, pero ¿cuántos militantes tiene? Con ustedes, tres. Mire, amigo, cuando yo digo ¡basta!, lo entienden hasta las ratas del metro... ¿Tan nuevito es el partido? Lo acabo de fundar y, si me siguen, su amigo será vicepresidente y usted, secretario general. ¡Chino, le están ofreciendo la Vicepresidencia! Yo ya soy el Presidente de los rateros del Bronx. Cómo grita el bandido. ¡Chino, baje la voz y no compare!, el señor piensa en el bien público... Muy bien, caballero, es usted tan compresivo... ¡Vaya par de clónicos, parecen dos ovejitas Dolly! Y dígame, ¿cómo piensa financiar su cruzada? Porque lo suyo es pura cruzada... Es cuestión de imaginación... ¡Ahí coincido, pura fantasía! Qué voz. ¡Chino, por favor, adelgace la voz! La financiación está muy pensada... ¿Ah, sí?, cuente, cuente... Saldrá de los funerales de la gente importante. ¿Funerales? A la salida del velatorio se les dice: ¡billonarios, mediten: el silencio de los muertos es de ellos, pero el silencio de la vida puede ser vuestro! Y lueguito pasan la gorra, ¿no? Más o menos. ¿Y no hay otros recursos? Sí, las fiestas de disfraces de los vivos... ¿Para recaudar plata? Muy bien, señor Valdés, las capta al vuelo, lo nombraría... (De pronto hay un juego de luces y sombras entre sonidos estridentes de un silbato. El desconocido sale corriendo y aparece al momento la silueta de un enfermero con gorro.) ¿No vieron a un tipo que se nos escapó y va por ahí vendiendo silencio? ¡Por allí! Por allí se fue, viró a la izquierda y de seguidita a la derecha. Gracias, señor. (Sale corriendo el enfermero y suben las luces, con Reynaldo en escena.) Chino, no debió dar el soplo. Ahorita que dé los mítines en la jaula de los grillos... Nunca me ofrecieron una secretaría general. Pero ¿en qué bola multicolor vive usted, Reynaldo Cossa? Ese hombre más que silencio, vendía futuro... ¡Y enjaulan el futuro! No me divague... Chino, vamos con el pie cambiado... Pues ahorita usted pone un pie tras otro y contemple el paisaje... No me quito de la cabeza a ese vendedor de silencio... El paisaje, Reynaldo Cossa... Sí, Chino, qué apacible el Village con sus calles arboladas... ¿Le enamora Greenwich Village, eh? Qué dulce pasear bajo las frondas leyendo la prensa como aquel señor... ¡Reynado Cossa, mire hacia arriba! ¿Hacia dónde? Hay un tipo haciendo equilibrios en la cornisa del edificio... Limpiará los vidrios de... ¡Carajo!, pero si es el suicida de antes... ¡Cuidado, Chino, se nos cae encima! (Oscuridad encadenada a un golpe seco seguido de iluminación de escena. Sobre la acera hay un hombre estrellado contra el suelo, con el periódico al lado. Se sucede un juego de luz y sombra y en escena se recorta la figura del suicida, paseando y leyendo el periódico. Un nuevo cambio de luz y el suicida es ahora un Reynaldo Cossa, pestañeando.) Chino, el suicida mató al peatón y ahorita se marcha, leyendo su periódico... La vida es un carrusel de imprevistos... El peatón sólo quería vivir, pasear, leer... y ese comemierda lo deja sin vida y sin periódico... ¡voy a por él! ¿Dónde demonios va? Es una amenaza ciudadana. Déjelo, el problema de New York es que somos demasiados... Mejor para su negocio, ¿no? Pues quién sabe, al final no sabe uno por cuál decidirse... Conmigo no dudó. Claro, usted es otro cantar... ¿De veras, Chino? Órale, siga derechito... Lo que usted mande... Y eluda al estrafalario ése que se nos viene de frente... ¿Una limpia, señor? ¡No interrumpa el paso! Además, nuestros zapatos relucen de betún... Qué zapatos, señores, yo limpio espíritus. ¿Qué dijo vender el pendejo? Mal de suerte, mal de bolsillo... ¡Déjese de pendejadas, largo, pitoniso, fuera de aquí! ¿Y usted, señor? Gracias, pero mi espíritu no necesita ir a la lavandería... ¡Eso se cree!, todos soportamos algún mal... En eso coincido con usted. ¡No le dé plática, evite líos! Seguro que tiene mal de madre, mal de tierra... Creo... que exagera un poco. ¡No le platique, carajo! Piense, señor, ¿quién no va de mal en mal o mal que bien o de mal en peor? ¿Qué, qué dijo? O estar de malas, tener malos ojos, sufrir un conjuro... ¿Y cómo librarse? Buena pregunta la del receloso... Es, Chino, Chino Valdés... Oiga, Chino, a este su doctorcito del alma: a usted le urge una limpia... ¿Qué clase de limpia? Una limpia para el mal de ojo... Todos los escarabajos del Bronx me miran de una forma... Lo veo pero que muy ojoso... ¿Y cuánto va a cobrar? Depende de la limpia... Pues una lavada de andar por casa... Diez dólares. Chino, ¿no creerá a éste...? Okey, comience a limpiar. Sí, señor Chino... (Extrae algo similar a un talismán y se lo frota por el cuerpo.) ¡Por las santas y santos, que entre lo bueno y salga lo malo! Que entre lo bueno y salga lo malo por la leyenda áurea de los santeros y santeras... ¡Listo!, ahora los diez pavos. ¿Ya acabó de fregarme? Y usted, ¿quiere otra limpia como su amigo? No, a él no, a Reynaldo Cossa todo le va de puta madre... ¿De veras, señor? Bueno, tanto como de puta madre... Ya decía yo que usted tenía un problema... Oiga, ¿tiene algo para los asaltos? Cómo no, vea, preservado por dentro, blindado por fuera, el asalto se lo lleva en su panza una ventolera... ¡Diez pavos! Y ahorita me le hace una limpia a esto... ¡Oh, señor, pero qué pretende, un revólver es inmune a...! Piérdase de vista, que hasta mi sombra tiembla porque soy un bragao... Cómo no, señor, yo soy volátil, me pierdo, me difumino... (Pausa.) Y usted, Reynaldo Cossa, métese en el cráneo que ni un exorcista lo arranca de mi lado... Oh, Chino, no se ponga así... Órale, haga camino al andar... ¡Chino, no me diga que usted lee a...! ¡Ni un Chino más!, ¿oyó? Adelante... Okey, sigamos la ruta. Pero con la boca cosida. Si usted lo sugiere. No lo sugiero, lo impongo...
(De sopetón se oscurece la escena acribillada por un ráfaga de flashes de una cámara de fotografiar, mientras la silueta de Reynaldo Cossa y luego Chino Valdés componen un repertorio de posturas, gestos y emociones, que cesan al volver las luces.)
¿Qué es ésto, qué ésto?, ¡qué coño pasa aquí! Señores, ¿una foto para inmortalizar este paseo de dos alegres compadres por Madison Avenue? Fotografíese a sí mismo y no incordie... Sólo un dólar por foto, un regalo... Le dije que... Chino, yo no tengo ninguna foto con usted... ¡Qué, qué, qué! Cuando... cuando todo termine... ¿por qué esto tiene que acabar, no? Más pronto de lo que usted imagina. Tampoco hay prisa, Chino. ¡No hay prisa, hay urgencia! Vamos, señores, anímense, un recuerdo gráfico para cuando sean abuelitos... Admito, Chino, que me ilusiona tener una foto juntos... ¿Juntos en una foto usted y yo? Sí, Chino, y ampliaré la foto, mejor un poster de Chino Valdés... ¿Un poster? Sí, colgado en mi cuarto, dedicado y rubricado... ¡No sea tarado y cavile antes de hablar! A ver... a Reynaldo Cossa, recordando la hora épica que lo... ¡Capullo!, ¿cree que Chino Valdés va por la vida firmando autógrafos a sus atracados? Amigo, ¿nos podría hacer un reportaje? Cómo no, señor, este fotógrafo ambulante lo tiene a sus órdenes. Chino, tengo una idea, yo... ¡No me delire, Reynaldo Cossa! Mire, aquí el señor me asaltó, ¿sabe? ¡No vuelva con la vida privada! Cómo que lo asaltó... Es... es... muy complicada la situación, pero qué vía crucis hemos pasado desde entonces, ¿verdad, Chino? ¡Déjese de chismes, Reynaldo Cossa! ¿Usted entiende mi propuesta? ¡Ni madre! Ya... ya... lógico, sólo que si le explico cuándo surgió Chino en mi vida, cómo reaccioné yo... ¡No diga ni u! Y le platico alguna cosa más y buscamos un taxista que haga de Taxi-Sex y una chavita que se vista de la Bella de Brooklyn... ¿Qué se vista? No, no que la bella iba en puros cueros... y... (Pausa.) Pare, me marea, de qué habla... ¿Sabe lo que quiero decir? Eh, señor, señor, míreme, ¿y usted sabe quién soy yo? ¿Por qué me interrumpió?, ya no sé... Soy un modesto fotógrafo de calle, de modo que conteste: ¿hacemos unas fotos o se va a Hollywood a que le hagan la película de su vida? ¡Vaya ideota!, Chino, ¿usted cree que si abordáramos un avión para Los Angeles y...? Oiga, fotógrafo, no le haga caso al tipo, ¡es único! Seguro, yo por las aceras no vi otro igual. Por eso me lo compran en el Hospital General... ¿Se lo compran? Al contado, incluida su tibia y mandíbula, ¿qué alivio, no? Pues no se demore, que el señor no necesita fotos, sino un camión de radiografias... Vamos, Reynaldo Cossa, y deje al fotógrafo hacer su negocio... Ahora el que necesita sosegar el ánimo soy yo... Pues sosiéguese... Sí, Chino. ¿Dónde va? Cruzamos el parque, ¿no? ¿Para qué? La umbría, la paz de los árboles... ¡Usted gana, Reynaldo Cossa!¿Y esos gritos? Tapónese las orejotas y no me friegue más... ¡No se vayan, insolidarios, agrúpense, oíganme todos! Siga, camine, no se pare, Reynaldo Cossa... Escúchenme. Dice el orador del parque que le escuchemos. ¡No se pare! ¿Qué significa que el genoma del chimpacé y el humano sólo se diferencian en un 1%?, ¿qué cuento nos quieren contar? ¿Oyó el discurso, Chino? Es un charlatán, camine. ¿Qué pretenden?, ¿qué pongamos un mono en nuestra vida? (Voz fuerte.) A mí los monos me caen bien... ¡Cállese, Reynaldo Cossa! Okey, al señor le caen bien los monos. Son muy lúdicos y expresivos con sus muecas y saltos. ¿Y por qué no se busca un lío con una mona? Chino, se está riendo de mí. Le dije que hiciera oídos sordos... No creo, señor orador, que el problema del milenio sean los monos. ¿Entonces dónde está el problema? Mi problema es que aquí el señor se embolsó mi libertad... ¡Vuelva a señalarme con el dedo y...! La verdadera libertad peligrará cuando la vida privada de nuestros genes aparezcan en las revistas del corazón... ¿Usted lo oye, Chino? Dígame, ¿cerró alguna vez una carta con saliva? ¿Y por qué no? Insensato, está perdido, dejó huellas genéticas, lo saben todo sobre usted. ¿Y también saben que ahorita paseo con mi asaltador por Manhattan? Todo, de usted saben hasta el día que perdió un diente mamón. ¡Reynado Cossa, una palabreja más y le lleno la barriga de plomo! Irresponsable, dejó tantos rastros biológicos que lo dejaron desnudo de por vida. (Se observa y cubre sus partes pudendas.) ¿Quiere decir que me ven en pelotas? Más o menos. Chino, el tipo más que un filósofo de parque es un mirón... Le indiqué que lo eludiera... Bien pensado, Chino, sí sólo nos separa un 1% del mono, usted y yo, ejem, nuestros ADN serán casi parejos... ¡No!, si todavía tendré que afiliarle al Sindicato del Crimen... ¡Hombre, tanto como sindicarme...! ¡Reynaldo Cossa, ¿cómo tenerlo distante, alejado, sin separarlo de mí? Llevándome al teatro. ¿Quiere ir a Broadway? ¿Y por qué no a of Broadway? De acuerdo, quizá en Times Square haya entradas para un musical... ¿qué tal El fantasma de la ópera? Prefiero el off-off..., allí ponen sus huevos las fantasías más desbordantes y heterodoxas... ya sabe, teatro de avanzada y a buen precio. Usted gana. (Mirándolo con desprecio.) ¡Miserable!
(Muy en su papel de espectador se sienta y mira con interés al público. Después se yergue, deja un sombrero sobre el baúl, desciende al patio de butacas y ocupa un asiento. Una luz cenital alumbra con intensidad el sombrero bajo el estruendo de una sirena de barco. El personaje se pone de pie, con una media máscara en el rostro rematada con una gorra. A través de la máscara brillan sus ojos achispados, anda por el pasillo inclinado, bamboleándose, con una botella en la mano, e incordiando a algún que otro espectador. Y mirando a distancia el sombrero, inicia la escena teatral de la obra El frigorífico, con voz fuerte y beoda.)
Máscara: Qué elegante estás, muchacho... ¿Quién te viste? ¿Acaso una estrella de la alta costura?... Yo... ya ves... sigo con mi chaquetón y mi gorra, que no son de una boutique, claro... (Sube al escenario y avanza hacia la luz cenital del sombrero.) ¿Le... le estrecharías la mano a este viejo lobo de mar? (Ofrece su mano, duda y la retira.) Yo... (Bebe.) un marinero sin barco... y tú, el Gran Naviero ¡Bah! (Con dureza.) Sé que elegiste esa profesión para disminuirme... lo sé. Te rompiste el alma para subir y subir y demostrar que tu padre era a lo sumo ¡un cangrejo! (Suspira.) Siempre empequeñeciéndome... (Reflexiona.) No, hijo, no somos de la misma pasta. (Soplando en la botella hasta imitar el murmullo del mar.) ¿Oyes? Llevo el océano en el corazón y tú en la cartera. Sí, yo amo el mar y tú lo utilizas... Lo utilizas todo... (Pausa.) Apenas... apenas levantabas un palmo del suelo y ya gastabas a chorros mi loción contra la calvicie... ¿Querías tener un padre calvo, eh? Cabronazo, un padre calvo... (Extrae del bolsillo un montón de hojas garabateadas.) Mira... (Las exhibe.) Mira estos papelorios donde practicabas e imitabas mi firma... hasta apoderarte de ella... ¡De mi rúbrica! ¿Qué pretendías? ¿Sustituirme a la hora de mis grandes decisiones? (Pausa, se evidencia su naufragio.) Iba... iba a embarcarme, me dijeron que el buque cisterna pertenecía a... y desistí, sí, eso es, desistí. No todo en la vida es cuestión de embarcarse, ¿no cree, patrón?
(La Máscara se lleva la mano a la gorra, en un torpe gesto marcial,
saluda al hijo, y da unos pasos de beodo hacia la penumbra, finalizando el fragmento
de El frigórifico. Luego la sombra se gira en el papel de un Chino Valdés,
indignado.)
¡Casi me dormí!, no me gustan los tipos con máscara... Chino,
el individuo humano es una colección de máscaras... ¿Qué
carajo vi? Tal vez teatro de la vida en el off... Prefiero la escena de la puta
calle. (Pausa.) Chino, ¿qué tiene contra la vanguardia? (Pausa.)
¿Insinúa que no entendí esa pinche pieza... (Retira a un
lado el baúl como si de una butaca se tratara.) ¿Sabe cuál
es su problema, Chino? Dígamelo. Que usted bebe en las fuentes de una
estética sin riesgos... (Pausa.) Yo sólo bebo whisky. No me refería
a.. Bah, bah, me aburrí... (Pausa.) Habrá que divertirse un poco...
¿En qué piensa? Vámonos de farra. Sí, vámonos
de tragos. Y puestos a gastar, ¿Por qué no ir a Harlem?, bailaría
algo de jazz... (Brota un ritmo, baila.) Prefiero, señor Cossa, el Spanish
Harlem... (Suena otra música, sigue bailando.) Salsa... es lo nuestro...
(Pausa.) Bien, Chino, pero usted no piensa ni controla el gasto... ¡Miserable!
(Se suceden ritmos de salsa. Reynaldo Cossa se hizo con una botella, bebe al principio con cierto candor mientras da pasos torpes de baile. Al final se le pone una expresión achispada, y sin soltar la botella, con la voz algo ebria, exclama.)
Qué cascada de rayos láser y qué infierno de decibelios... (Otro matiz.) Siempre quejándose... ¿Ve esa chica? Una pelirroja diseñada para una noche de farra... Pues me sonrió. ¿Y qué quiere? Chino, su pareja es un ensueño caribeño... Baile con la pelirroja y no me friegue... Perdone, pero donde haya el paraíso erótico de una mulata... ¡No me haga literatura! Chino, el maraquero de la orquesta me guiñó un ojo... Y usted me pisó un pie, ¿es que no domina el merengue? Apenas trasnocho y... Pero ¿cómo baila?, está dando un espectáculo... Yo no lo conozco... Me mareo, doy vueltas, voy a contrarritmo... Definitivamente, no se puede ir con usted a ningún sitio... ¡Guao! Qué merengazo... Es como si orbitara... ¡Es la fiesta de los huesos disparados...! No, yo no tengo nada que ver con usted... Tampoco es para ponerse así... digo yo... No lo conozco. Soy el Pato Donald de la salsa... ¿Qué tal ahora? Ah, y si invita a copas a su muñeca, clave bien el ojo en la lista de precios... (Otro matiz.)¡Miserable! Mi cabeza da vueltas... (Un silencio.) Salgamos, andemos un poco... ¡Claro! Tanto ritmo del Caribe y tanto copeo... (Pausa.) Venga, vuelva a respirar hondo, así, eso es... (Pausa.) Ahí llega un taxi libre... (Con el baúl simulan el interior de un automóvil. Voz beoda.) Qué traqueteo, no sea fiero con el acelerador... ¿Qué ocurre ahora? Nada, que el taxista y el conductor de un turismo se mentaron la madre en el semáforo... ¿Y por qué esta persecución, Chino? El tipo del turismo ignora que en el taxi viaja el Virtuoso de Largas Uñas... (Sigue la pantomima de la persecución nocturna. Frenazo final. Reynaldo Cossa se apea del taxi.) ¡Oh, este absurdo New York! (Pausa.) Un paseo refrescará mis neuronas... ¿Y si nos sentamos en aquel banco del parque? ¡Vaya!, todavía hay noctámbulos haciendo jogging en Washington Square... (Pausa.) Sentémonos... Washington, desde su pedestal, me infunde ánimo... Bien. No divague. Llegó la hora de despedirse... (Pausa.) Chino, me encontraba tan solo, y hacía tiempo que no salía con nadie, que... Exagera, la soledad dijo un finolis con masa gris es una forma de estar con el otro... No lo había pensado... De modo que no se haga la víctima... Fue una debilidad. Otro dandi del intelecto aseguró que por desierta que esté mi soledad está habitada por las vainas de los demás... ¡Caramba, Chino, no se me había ocurrido!... Es que es de puta madre ir por la vida de víctima... Lo siento. También oí cotorrear que nunca se está solo de la misma manera.. Cuánta razón tiene... Y me soplaron que la soledad no es sólo la ausencia de toda compañía... Me desconcierta usted. ¿Pues qué pensó? ¿Qué a un asaltaviandantes sólo le interesa la plata de sus clientes? ¡Oh, no!, yo sé que usted también tiene un corazón... ¿De veras? ¡Ajá! Nunca un cliente me dijo eso... Desde que nos... encontramos, percibí que usted, Chino, es un utopista urbano... ¿Yo? Me dije: Reynaldo Cossa, cuando un soñador de Manhattan no puede revolucionar el minuto que fluye, transforma el bolsillo ajeno... ¿Pensó eso de mí? Me dije: cámbiale el revólver por un arma de la conciencia y tendrás a tu lado un tipo solidario... Lo dice de una forma... Se metió usted en mi vida, le tomé afecto... (Bosteza.) ¿Se cae de sueño, eh? Sí. Pues... (Se sienta en el arca a modo de banco de parque.) Tiéndase en el banco, apoye su cabeza en mi regazo y descabece un sueño... (Obedeciendo.) No sabe cómo se lo agradezco... Ahora le gustaría oír una canción... (Con los párpados echados.) Es cierto, usted se mueve por la trastienda del alma como nadie... ¿Qué le gusta del jazz? ¿Tal vez el Duque? ¿Duque Ellington? Es mi debilidad.. (Canturrea y homenajea a su manera a Ellington.) ¿Qué tal? Qué voz, Chino, qué voz. (Suspira de placer.) No deje de cantar, por favor, no deje...
(Su asaltante obedece y, más tarde, calla de sopetón.)
¡Ya está bien...! (Incorporándose.) ¿Ocurre algo? Ocurre que no soy su niñera... Creí que me acunaba un ángel suburbial de Harlem... Esa música y una voz tan dulce y... (Agresivo.) Yo soy... Recuérdelo, sólo deseo tenderle mi mano... (Humanizándose.) Nunca me enseñaron a estrechar una mano amiga... ¿Eso es cierto, Chino Valdés? Como la vida misma, Reynaldo Cossa? Pues... vea... (Titubea y extiende su mano.) ¿Qué demonios hace? Le ofrezco mi mano... Si la estrechara... Animo... Perdería... No perdería nada. Lastimaría mi prestigio. Es una incongruencia... ¿Sabe cuánto tiempo me costó hacerme un nombre, aquí, en el mero Manhattan ¿Usted? ¿Un nombre? Me está subestimando, amigo... Ofrecía mi mano. Olvida que está ante el Virtuoso... Sí, claro... Esta plática tocó techo. Es usted, Chino, un contertulio tan poco común... ¿No me diga que le da nostalgia la separación? Disculpe... Van a dar las cuatro de la mañana... Yo... no me despediría tan pronto... Pues yo sí... (Pausa.) Llegó la hora de consumar el atraco... Deme todo lo que lleve encima... ¿Todo? Hasta el último centavo... Es que... No me titubeé, le eché el ojo en Wall Street, le vi a través de las cristaleras de un banco, en la ventanilla de sacar fondos... y le vi salir con los bolsillos bien repletos... igual que los tiene ahorita... ¡A reventar! Verá, yo... ¿Quiere sentir la mala uva de mi revólver? Es que... ¡Todo! Tome ¿Qué es esto? Pues todo. ¿Todo? Es un novísimo billete de dólar. (Suspira.) Estoy en crisis... Fui al banco y saqué el último dólar de mi cuenta... Y respecto a los bolsillos... están repletos de... poemas minimalistas... (Pausa.) Vea, vea, cuántos hay... no me caben en las manos, poemas, sólo poemas... ¡Ejem! No sé hacer otra cosa, Chino... Iba desesperado, pensé en exiliarme de esta gran bola que viaja a toda madre por el cosmos..., ¡pensé en todo! Luego surgió usted... ¡En fin! ¿Quiere que le lea lo último que alumbré? ¿Tal vez La loca de Washington Square?
(De forma gradual, declinan luces y se emborrona la escena, mientras finaliza
la canción.)
Canción de La loca de Washington Square.
Una muchacha de ojos alunados/ hace jogging/ por la linde azul de un sueño,/
y una ambulancia,/ ojos de pulpo afarolado,/ la acosa a lo lejos./ Dejadla,/
es la loca de Washington Square,/ con sueter negro/ y medias de Arlequín./
¿No la veis corretear/ bajo guiños publicitarios?/ Olvidarla./
Es una luna transeúnte/ paseando su utopía/ en un viaje sin retorno./
Vagabundos de color/ la miran sin verla/. Es la sílfide fugaz/ de un
Harlem blanco/ que no cotiza en Bolsa/. Dejadla./ Auriculares/ pegados a las
orejas/ mecen su extravío/ con violines de ordenador./ "Me voy a
suicidar",/ thanks very much!,/ contesta un viandante/ de la urgencia/
con esmoquin de humo./ Viaja con su sombra/ y relumbra/ como un sol de noche,/
la paloma sin alas/ de Washington Square.
Oscuridad final