La ira y el éxtasis

Obra completa

Dos actos

para dos actores
y maniquíes

Personajes

Eulalio
Rosa Mayo

ACTO PRIMERO

Con la escena a oscuras y el patio de butacas iluminado se oye a una soprano interpretando un fragmento de la ópera Carmen. A continuación se desata el delirio del público con aplausos, silbidos y "bravos". Luego fanáticas voces reclaman a coro la presencia de Rosa Mayo. Ahora un foco persigue a la diva con ramos de gladiolos que dificultan sus reverencias al público. Oscuridad. Retumba el pitido de un tren sobre el escenario, ya iluminado, con Eulalio tecleando su máquina de escribir. Parece absorto el hombre, exiliado de su rutinaria labor, como si soñara en alados trenes que surcan el espacio rumbo a otros mundos. Se le escapa un suspiro. Extrae de súbito el rojo clavel del vaso y con los párpados bajados aspira su fragancia. Una voz que brota con energía le mueve a soltar la flor y golpear las teclas.


VOZ: ...la dirección está alarmada con los informes que llegan de su jefe de Sección. Cada vez son más notorias sus negligencias. ¡Deje de hacer un safari tras otro con la imaginación y regrese a la labor asignada! Usted siempre destacó como funcionario modelo... y la Compañía de Ferrocarriles había depositado en su porvenir la más...

(El ruido de una locomotora ahoga las últimas palabras. Oscuridad. Mientras se oye un aria, un reflector ilumina el aposento de Eulalio, así como las paredes empapeladas de fotos, recortes de prensa y algún que otro poster de Rosa Mayo. También junto a la cama se apiña un fajo de revistas y periódicos listos para examinar y recortar. Mientras Eulalio esgrime las tijeras, se oye la voz del televisor.)

VOZ: ...sí, queridos telespectadores, el Covent Garden era una fiesta según las agencias de noticias. Una y otra vez volaba por los aires el telón entre los aplausos del público, incluso se estremecieron la aguas del Támesis y hasta la cúpula de la catedral de San Pablo osciló conmovida. Mientras, una lluvia de flores caía sobre Rosa Mayo, esa voz de leyenda que interpretó una Carmen con una pasión y técnica irreprochable.

(Deja Eulalio sus rituales tijeretazos para avanzar con faz embelesada hacia el televisor. Oscuridad. Un foco advierte a Rosa Mayo, cuyo abrigo de visón deslumbra a sus seguidores. Centellean los flashes de camuflados reporteros gráficos entre enervantes gritos. Eulalio, de puntillas sobre una butaca, agita el sombrerito hongo, luego arranca el clavel rojo de la solapa, arrojándolo al paso de la estrella. Un silencio. Al pequeño espectador lo han dejado solo. Por algún lado, entre bambalinas, fluye un violín. Eulalio es ahora una sonrisa de nostalgia. Concluye con suspirar, agacharse y recoger el pisoteado clavel cuyos pétalos acaricia. Oscuridad. Echado en el lecho, Eulalio surge al resplandor de un foco. Se perfila en mangas de camisa, corbata y sombrero sobre la testa. Está abismado en seleccionar fotos y reportajes de la Mayo. Su semblante es un espejo que refleja las emociones que provoca tal ocupación. Por el televisor brota la voz del locutor.)

VOZ: ...una interpretación de alta escuela, donde nuestra soprano evidenció que una nueva Callas acaba de nacer para la lírica.

(A toda velocidad Eulalio se ciñe el traje gris marengo, prende el clavel rojo en el ojal de la americana, se observa con fugacidad en un espejo de pared y sale. Oscuridad. Las luces advierten el instante en que Eulalio golpea con los nudillos en la puerta de un camerino, ramillete de margaritas en mano. Se entreabre la puerta y asoman unas manazas que le arrebatan las flores. Eulalio se petrifica en el umbral con el corazón dándole tumbos; se oyen carraspeos en el interior del camerino. Sonríe Eulalio y se arriesga a franquearlo. Al instante sale por los aires, yendo a dar con las narices en el suelo. Con gesto dolorido, Eulalio cabecea entre sorprendido y espantado. A continuación el ramo de margaritas se estrella contra su cabeza. La ira de Rosa Mayo se deja pronto oír.)

ROSA MAYO: (Su voz.) ¡Es el colmo! Cuando estoy esperando de un momento a otro la visita de un caballero de las altas finanzas, me viene este pendejo con sus mezquinas margaritas. Todavía pululan por la vida ridículos esquizofrénicos. (Sosegándose.) La próxima vez, muchachos, rómpanle el espinazo. A ver si se le ilumina el seso y se entera de que una musa de la ópera no puede codearse con pelagatos.

(Brota el violín. A Eulalio se le van los ojos tras la flores desperdigadas. Palpándose los huesos, culebrea por tierra hasta formar de nuevo el ramo. Se alza y en una tarjetita redacta unas líneas. Más tarde deposita lo escrito en el ramillete junto al camerino de la soprano y se aleja cojeando. Oscuridad. El violín evoca el transcurrir del tiempo. Un reflector enfoca el escritorio de Eulalio, que está encorvado sobre el teclado ahora del ordenador. Hay nieve en sus sienes y escasos pelos en el cráneo. Su pensamiento discurre por el altavoz.)

EULALIO: Bien, querido funcionario de ferrocarriles, falta escaso tiempo para tu jubilación... (Pausa.) ¿Se te puede preguntar en qué gastaste tus años, tu vida, tu ser? ¿Fundaste un hogar? ¿Dónde está tu compañera en lo amable y en lo difícil? ¿Por dónde andan tus hijos? ¿O acaso sigues enamorado de ese arco iris del bel canto, a quien sólo te es permitido ver a distancia o en fotografías? ¿Te parece, viejo, que hagamos un balance existencial de tu historia? Será mejor no emprender esa travesía, tu integridad saldrá beneficiada.

(Oscuridad. Se oye un dueto interpretando una conocida ópera de Ravel. Ya con luz se advierte a Eulalio en su alcoba, escudriñando un cartel de un teatro lírico con los nombres de Rosa Mayo y un famoso tenor. Un ramalazo de pesadumbre lo arroja sobre el lecho. Eulalio lucha contra su desaliento y de súbito se lanza sobre una montónde revistas, que hojea con desasosiego.)

EULALIO: Nada. (Arroja la revista al suelo con rabia.) ¡Nada! (Igual.) En esta simplona revista ni una línea. (Estruja páginas.) Y aquí, no... Y en ésa tampoco. Llevan años sin publicar una simple nota sobre Rosa. ¡Malditos periodistas! ¿Qué titánico esfuerzo supone escribir el nombre más bello de la tierra? Ro-sa Ma-yo. Hasta un niño de teta sabría redactarlo.

(Ofuscado, Eulalio se entierra entre el montículo de papel, leyéndolo otra vez con exasperación. En un rapto de cólera, rasga y hace añicos revista tras revista con talante sádico, y cuando parecía sosegado la emprende a puñetazos contra el papel impreso. Todo el cuarto flota de páginas rasgadas, entre las carcajadas de Eulalio que danza como un lunático pugilista, ferozmente jubiloso de golpear una y otra vez el papel. La fatiga lo derrumba sobre las revistas y por azar sus ojos son hipnotizados por unos titulares. La ávida lectura de Eulalio brota grabada.)

EULALIO: (Su voz.) ...cuando en plena madrugada el vigilante del cabaré 7 Lunas se disponía a cerrar, tropezó con el cuerpo de una mujer sentada en el bordillo de la acera. Pese a los esfuerzos por ocultar su personalidad., fuentes fidedignas sospechan que bien podría tratarse...

(Un silencio. Eulalio se oculta tras una montaña de papel de prensa. Luego sale de su escondrijo y la emprende a patadas contra la revista y periódicos, aullando.)

EULALIO: ¡No, no, no! Calumnias, difamaciones. ¡Rosa Mayo, no! (Rompiendo revistas sin pausa.) Aunque hayan pasado tantos años., aunque siga soltero aguardando su... ¡Infamias! ¡Falsos reporteros del diablo! Pero yo, je, je... ¡Prensa amarilla! (Coge una lata de gasolina y riega de combustible el aposento.) Hay que purificarse de tanta inmundicia. Je. Je. Lamentarán lo escrito. (Enciende una cerilla.) Una hoguera para la injusticia. Je. Je. Pasaré a la historia como el incendiario de la información manipulada. Je. Je. (Transfigurado.) Se arrepentirán. Rosa Mayo no puede estar a la intemperie como un gata desamparada. No. (Apaga la cerilla y dialoga con una revista.) Por favor... no escriban esas cosas. Es... es... Rosa la voz de Bizet y Verdi, la divina Mayo. ¿No se dan cuenta?

(Solloza. Gradualmente Eulalio cesa de gemir y como un don Quijote fuera de época deambula junto a las paredes, absorto en las imágenes de Rosa Mayo, acariciándola con los dedos y besándola platónicamente. Oscuridad. Suave canto coral. Un pertinaz reflector sorprende a Eulalio, embutido en su traje gris marengo y con el sombrero hongo en la mano. Pulsa el timbre de una puerta.)

ROSA MAYO: (Su voz.) ¿Quién llama?

EULALIO: Yo.

ROSA MAYO: ¿Y quién diablos es yo?

EULALIO: Soy el admirador numero uno.

ROSA MAYO: (Saliendo en bata, pálida, decrépita.) ¿Admirador de quién?

EULALIO: De quién va a ser. ¡De Rosa Mayo!

ROSA MAYO: La Mayo ha muerto.

EULALIO: ¡Dios mío!

ROSA MAYO: Ahora, Ahueque el ala.

EULALIO: ¿yo?

ROSA MAYO: (Mordaz.) Usted.

EULALIO: (Mirando el clavel) Venía a traerle un clavel rojo.

ROSA MAYO: (Abriendo la puerta que cerró.) ¿Un clavel rojo? ¿Habla en serio? No creo que aún queden hombres ofreciendo un clavel rojo por las puertas.

EULALIO: (Exhibiéndolo.) ¿Es o no es un clavel?

ROSA MAYO: Usted. vendrá a engatusar, a robar, a violar., pero no a traer un clave.

EULALIO: Yo, yo sólo traigo una flor a Rosa Mayo. (Enjuga una lágrima.)

ROSA MAYO: ¿Una flor a Rosa Mayo?

EULALIO: ¡Ajá!

ROSA MAYO: Mejor debió traerle una corona mortuoria.

EULALIO: No puedo creer lo que dice.

ROSA MAYO: ¿Quién es usted?

EULALIO: ¿Es cierto que Rosa Mayo ha muerto?

ROSA MAYO: ¡Eso quisieran! Pero Rosa Mayo vive. ¿Se entera? ¿Se entera, repartidor anónimo de claveles? ¡Vive!

EULALIO: ¿De veras? ¡Oh, es maravilloso! Vive. Fabuloso. Ja. Ja. Ja. Rosa... vive. Ja. Ja. Ja.
(Da vueltas jubilosas.) ¡Vive! ¡Yuuupi! Ja. Ja. (Canturrea un aria de La Bohème. Después, ruborizado, Eulalio se paraliza.) Disculpe, disculpe, pero no pude dominar mi alegría. (Recoge el sombrerito que arrojara por los aires.) ¿Dónde está? Sí. ¿Dónde está Rosa Mayo?

ROSA MAYO: ¿Dónde está?

EULALIO: ¡Ajá!

ROSA MAYO: ¿Es que nació sin ojos, mentecato?

EULALIO: ¡Usted! ¿Ustedd.? (Retrocede, espantado. ) ¿Pero, pero, qué dice? ¡Menuda broma! (Observándola con ansiedad.) No. Usted, no puede ser. Rosa. ¡Oh, si lo sabré yo!

ROSA MAYO: ¿Ah, no?

EULALIO: No. (Pausa.) Ella es otra cosa. (Pausa.) Ella tenía unos ojos que eran auténticos faros... (Pausa.) Mire, señora, yo tengo un baúl repleto de poemas a sus ojos color mar, ¿entiende? Así que no venga con bromas... (Pausa.) ¡Adiós! (No se mueve.) Y en cuanto a su pelo... ¿Usted vio un campo de trigo a la luz de las estrellas? Pues eso, eso era el pelo de la bella Rosa. ¡Adiós! (No se mueve.) ¿Y su cuerpo? La gracia de su cuerpo era comparable al encanto de un cisne. (Pausa.) Así que déjese de cuentos chinos y... (Pausa.) ¿Y su voz? ¿Quiere saber cómo era su voz? Su timbre en la octava final era único. Fue cabecera de cartel con los más grandes tenores y bajos. Nadie la superó en el papel de Liza en La dama de picos. ¿Y qué me dice de su Desdémona? ¿ Y de su Mimí? (Pausa.) Si lo sabré yo. (Pausa.) Usted es Rosa Mayo. (Cadavérico.) Usted es... Rosa Mayo.

ROSA MAYO: Su cara me es familiar ¿No será usted reportero de la revista...? No. ¿Posiblemente un corresponsal de The...? No tiene aspecto de gringo. (Eufórica.) ¿Le mandan de..? No le capto tamaña categoría. (Suspirando.) Aunque yo hubiera preferido que representara a... Tengo tan gratos recuerdos del Palau de la Música.

EULALIO: Yo soy Eulalio. Eso es. Eulalio.

ROSA MAYO: Si le envían de una revista del corazón en busca de chismes, mi vida privada no está a la venta.

EULALIO: Soy un jubilado funcionario de ferrocarriles.

ROSA MAYO: ¿Funcionario de ferrocarriles? ¿Y qué tiene que ver eso con...?

EULALIO: No fue exactamente la aspiración de mi vida. (Pausa.) Nadie puede abrir los ojos al mundo con esa idea. (Pausa.) yo también fui cantante, un cover, ya sabe., siempre a punto para sustituir a un gran nombre por si le ocurría algo. En fin. (Suspira.) No tenía alma de suplente, usted lo entiende, me contrataban para no cantar, siempre a la sombra, y mi sueño era pisar un escenario. (Suspira.) Y como me gustaban los trenes,. decidí ser jefe de estación aunque fuera destinado a una aldea. (Pausa.) ¿Imagina? Ver surgir a la hilera de vagones con su locomotora en cabeza, silbando como una nave espacial. Y luego, y luego yo, con uniforme y gorra roja, banderita en alto, dándole salida a ese corcel de hierro, que ruge y corre como un...

ROSA MAYO: ¡Un cover! No un periodista.

EULALIO: Yo aspiraba a cantar a su lado, aunque fuera como artista invitado. (Suspira.) Una utopía, ya ve. (Pausa.) De modo que en sueños formaba cabecera de cartel con la Mayo y... Qué más da. (Pausa.) ¿Me cree? Yo era quien más aplaudía cuando surgía usted en un escenario real. (Pausa.) A veces me dormía en la butaca. Sólo alguna cabezadita. Pero nunca me iba hasta el último telón. (Pausa.) Entonces frecuentaba su camerino con algunas margaritas en la mano. (Pausa.) ¿Es cierto que no me recuerda?

ROSA MAYO: ¡Fuera de aquí! (Rosa se adentra en el apartamento; Eulalio la sigue.)

EULALIO: Haga memoria, por favor. ¿No recuerda al joven de las margaritas que casi siempre era apaleado por sus gorilas? ¡Ejem!, guardaespaldas, ¡en fin!, sus íntimos, quise decir.

ROSA MAYO: Está agotando mis nervios.

EULALIO: Tiene que acordarse, señora. Yo le escribí más cartas de amor que nadie. Incluso le ponía conferencias a todos los grandes teatros líricos que deslumbraba con su voz. ¡Me gasté mis ahorros!

(Eulalio se vuelve los bolsillos del pantalón.)

ROSA MAYO: ¿Quiere decirme de qué jaula siquiátrica se escapó? ¿Quiere decírmelo?

EULALIA: Un día, un día le compuse un poema donde la llamada flor del proscenio y yo me bauticé galán de noche. ¿De veras no leyó esos versos?

ROSA MAYO: Adiós.

EULALIO: ¡Aguarde! (Pausa.) Y ese madrigal que cantaba: Pantomímico amor irrenunciable.

ROSA MAYO: Adiós.

EULALIO: ¡Espere! Recordará al menos aquel verso suelto: Entre un sueño de violonchelos un hombre del ferrocarril halló a su Dulcinea.

(A Eulalio se le enreda la lengua y se dirige a la puerta; Rosa Mayo palidece, corre hacia él, obligándolo a girarse.)

ROSA MAYO: ¡Usted!

(Eulalio, cabizbajo, asiente con el mentón.)

ROSA MAYO: ¿Usted? (Pausa.) ¿Es usted? (Confundida.) ¿Por qué no me dijo que era usted?

(Eulalio se encoge de hombros.)

ROSA MAYO: ¡El testarudo de las margaritas!

EULALIO: Eran las flores más económicas. Pero eso sí. La florista me vendía las más lozanas y fragantes. (Pausa.) ¿Y qué me dice de los claveles rojos.? ¿Eh? Me costaba cada clavel a...

ROSA MAYO: El fanático del clavel rojo.

EULALIO: ¿Y de las cartas, eh? Algunas volaban con inspiración al buzón de correos.

ROSA MAYO: El caballero de las epístolas.

EULALIO: (Ronco.) Aún está bonita.

(Rosa Mayo esboza un gesto de autocompasión.)

EULALIO: Ahora es una flor.

ROSA MAYO: Ya no soy una flor.

EULALIO: ¿Cómo le diría? Es la flor de la experiencia. Y brilla de una manera.

ROSA MAYO: Rosa Mayo dejó de brillar.

EULALIO: Se equivoca. Hay un fulgor inédito en esa flor. El fulgor que una vida intensa ceda a...

ROSA MAYO: No diga más mentiras.

EULALIO: Todavía me gusta... usted.

(Rosa Mayo no sabe qué hacer con sus manos.)

EULALIO: De veras.

ROSA MAYO: Su mano.

(Eulalio se la ofrece; ella la acaricia.)

EULALIO: Los vecinos podrían pensar... (Pausa.) Su reputación.

ROSA MAYO: Será mejor que entre usted.

(La frialdad del aposento impresiona a Eulalio. Están en un salón lleno de humidificadores, con un piano en un ángulo. En otro rincón hay un moderno equipo de música que contrasta con una vieja gramola, y en el desorden de la estancia se desparraman por doquier partituras, compact disc y casetes.)

EULALIO: Es un pisito antiguo, clásico, con estilo.

ROSA MAYO: Sentémonos.

(Lo hacen en torno a una mesa camilla con faldones de tonos ocres.)

EULALIO: Estas paredes tienen historia. ¡Claro! ¿Y ya es algo, no?

ROSA MAYO: ¿Y bien?

EULALIO: Por esa consola en una subasta de arte le darían...

ROSA MAYO: ¿No lo habrá traído a esta casa un...?

(Es atacada por un acceso asmático. Tose. Busca una botella de coñá, bebe de un trago; luego sonríe.)

EULALIO: ¿Es de marca, eh?

ROSA MAYO: No hay mejor medicina.

(Pausa. Se miran en profundidad, y durante un tiempo un hilo de ternura los tiene atados.)

EULALIO: Pues el motivo de mi visita se justifica en...

ROSA MAYO: ¿Buscar un puesto de trabajo, no?

EULALIO: ¿Trabajo? ¿Yo? (Pausa) ¡Oh! ¿Cómo lo intuyó?

ROSA MAYO: Usted admitió haber sido un cover, conoce el mundillo. (Lo examina sin pestañear.) Nada menos que pretende emplearse para Rosa Mayo.

(Eulalio baja la cabeza.)

ROSA MAYO: No piense que es cosa fácil.

EULALIO: Jamás lo pensé.

ROSA MAYO: Trabajar para la Mayo da fama, prestigio, incluso unas notas de prensa en Le Monde.

(Eulalio extrae la pipa, pero titubea.)

ROSA MAYO.- ¿No ira a inhibirse?

EULALIO: (Prendiendo la cachimba.) Gracias.

ROSA MAYO: ¿Qué sabe hacer aparte de substituir voces legendarias y ocuparse de la rentabilidad de los trenes?

EULALIO: Pues soy muy hábil con las tijeras. Eso es. Recorto artículos de prensa y fotos como nadie. Son muchos años de oficio, ¿sabe?

ROSA MAYO: (Tosiendo y sirviéndose más coñá.) ¿Y para qué diablos quiero yo a un tipo que...?

EULALIO: No sé.

ROSA MAYO: ¿Tiene olfato como relaciones públicas? Al anterior le di la patada. (Pausa.) ¿Sabría usted representar los intereses de Rosa Mayo?

EULALIO: Sabría.

ROSA MAYO.- ¿¿Debilidades? Ya sabe, mujeres, alcohol, ruleta...

EULALIO: (Niega con la cabeza.)

ROSA MAYO: ¿Le sigue apasionando la ópera?

EULALIO: (Asiente, y cierra los ojos.)

(Ella se yergue, va al equipo de música y hace girar un disco. Se oye otro fragmento de Carmen.)

ROSA MAYO.- ¿Se le sigue erizando la piel al oír eso?

EULALIO.- Claro que sí.

ROSA MAYO: Entonces ya es usted public relation de la divina Mayo.

EULALIO: (Tragando saliva.) ¿Es cierto eso?

ROSA MAYO: No estoy habituada a la palabrería.

EULALIO: Comprendo. Me hago cargo. Asimilo.

ROSA MAYO: Rápido. Que preparen mi debú. Si es necesario que fleten un vuelo charter. Quiero un centenar de instrumentistas, otro centenar de cantantes y otro tanto de técnicos. ¡Ah! y que elijan bien al solista con el que me tengo que emparejar.

(Eulalio palidece. Ignora qué hacer y, cabizcaído, se dirige a la puerta.)

ROSA MAYO.- ¡Espere! No se olvide de gestionar con una multinacional del disco, tengo que actualizar mi vida operística. Tengo que volver a grabar, el timbre de mi voz vuelve a estar en su punto.

EULALIO.- Pero...

ROSA MAYO: ¡Aguarde! Antes debemos celebrar nuestra próspera unión artística y profesional.

(Se alza ella y regresa con una botella y vasos.)

ROSA MAYO: Puede descorcharla. Es el último champán de la casa.

EULALIO: (Frenético.) ¡Venga ese champán!

(Estalla el corcho.)

ROSA MAYO: Por la Mayo y su flamante relaciones públicas.

EULALIO: ¡Chin! ¡Chin!

ROSA MAYO: Es la botella de un antiguo admirador, el marqués de no sé cuánto. ¡Casi nada!

EULALIO: ¿Y la guardó hasta hoy?

ROSA MAYO: Así es Rosa Mayo.

(Beben.)

EULALIO: Una botella con leyenda. Con años, ¿eh?

ROSA MAYO Vaya a olfatear el mundillo lírico y pesque lo mejor para mí.

EULALIO: ¡Allá voy!

(Eulalio sale como un obús y regresa.)

EULALIO: ¿Y... dónde... consigo... los... contratos?

ROSA MAYO: ¿Y me lo pregunta? ¡Largo, gusano incompetente!

EULALIO: Perdón. (Girando el sombrerito.) Es por la emoción. No todo el mundo tiene el honor de representar a...

ROSA MAYO: ¡Salga zumbando! El mundo tiene verdadera urgencia de oír cantar a la Mayo.

EULALIO: No la defraudaré, señora. ¡Por ésta!

(Besa Eulalio su pulgar. Oscuridad. Trinos de pájaros. Sugerencia de un parque. Eulalio, enfundado en un abrigo y bufanda enroscada al cuello, arroja granos de arroz a las palomas.)

EULALIO: Arroz. Arroz del bueno. ¡Maldita sea! ¿Dónde habrá que asomar la nariz para obtener un contrato a Rosa Mayo? Palomas. Palomas. ¡Menudo laberinto! Arroz. Traigo arroz de calidad. Eso te ocurre por entrometido. No. Por ser una nulidad. Nada menos que un vuelo charter con un teatro dentro para una soprano que delira. Palomas. Palomitas. ¿Dónde revoloteáis hoy?

(Esparce Eulalio el arroz; luego, deprimido, ocupa un banco del parque. Crece el piar de las aves. Eulalio trata de abofetearse, aunque se inhibe. Parpadean luces. Sólo unos focos en picado sobre Eulalio. Se oye el fluir de sus pensamientos.)

EULALIO: (Su voz.) Y todo, absolutamente todo... porque eres un cero a la izquierda. (Expresión facial de protesta.) Arrojaste tu vocación por la borda. (Gesto de circunstancias.) ¿Acaso ser un cover, un suplente, no es una forma óptima para que un cantante de talento salga a la luz? (Gesto mohíno.) ¡Estúpido! O cantante titular de inmediato o chupatintas entre cuatro paredes. ¿Esa ésa toda tu masa gris? ¿Ser una de las estrellas de Wagner o de nada...? (Gesto de protesta.) Bueno, quién diablos eres? (Expresión analítica.) No es verdad. Soy el espectador número uno de una soprano de leyenda. Y ser el número uno en esta sociedad competitiva, en esta jungla de fieras ya es algo épico, ¿no? (Talante eufórico.) Te engañas. (Contrariada.) No me engaño, no todo ciudadano de la época de la oveja Dolly puede vanagloriarse de ser Número Uno. (Talante feliz.) Tú... ¿número uno? ¡Ja! (Pausa.) Bien, no seré Numero Uno en los escenarios líricos, ni en el mundo de las ideas ni de la ciencia, pero... (sonríe) en espectador de una cantante que hizo época, quiéranlo o no, ¡soy el Número Uno! (Sonrisa de autorrealización.) ¿Acaso insinúas, abrigo de perdedores, que ya no eres otro más sin rumbo ni meta? (Eulalio oscila la testa, afirmando.) ¿Pretendes alardear que diste con tu camino, con tu idea, con tu quehacer fundamental? ¿Vas a tener la desfachatez de blasonar que no eres uno más de los que ignora por qué nació, creció, copuló y se extravió...? (Eulalio sigue afirmando con la cabeza.) Decididamente es imposible toda plática contigo. (Faz inexpresiva.) ¡Y no insistas! A lo sumo eres un pequeño diletante de la protagonista ideal de Bicet, ¡pero sólo eso! (Faz resentida.) Conforme. Has estado siempre en primera fila. No desperdiciaste una sola actuación de ese arco iris de la lírica . Sabes más de ella que ella misma. ¿Y qué? ¿Ella te ama? (Se oye el violín.) ¡Vamos! ¿Te ama? (Talante platónico.) ¿Piensas... que te amará un día? ¿Un día... Cuando? (Encogimiento de hombros.) ¿Pero estás seguro que te llegará a amar? (Arrulla él la idea.) Decididamente es imposible toda comunicación contigo.

(Oscuridad. Se oye por lo bajo un fragmento de ópera. Los focos captan a Rosa Mayo franqueando el pisito de Eulalio. Parpadea al descubrir las paredes repletas de imágenes suyas. Presa de excitación, Rosa Mayo hojea los fardos de revistas y periódicos amontonados por doquier. La fuerte tensión le provoca un acceso asmático. Semiasfixiada y tosiendo, se desploma sobre el lecho. Cuando cesa la crisis, Rosa Mayo recorre en zigzag aquel museo caótico, reflejo de su pasado esplendor. Algo después, a sus espaldas, patea el suelo Eulalio, ceniciento y rabioso.)

EULALIO: ¿Quién la autorizó a hurgar en mis cosas?

ROSA MAYO: ¡Ah! Usted. ¡Tú!

(Ella silencia la música.)

EULALIO: ¿Qué juez le dio permiso para allanar mi morada?

ROSA MAYO: ¡Amor mío!

(La mujer se cuelga del pescuezo de Eulalio, cubriéndolo de besos.)

EULALIO: No tenía derecho a esto. ¡No tenía!...

ROSA MAYO: ¡Oh! Mi espectador azul. Mi galán de noche. Mi feliz desconocido que me adora sin verme.

EULALIO: ¡No debió hacerme esta faena!

ROSA MAYO: (Sentándose junto a él.) ¿Por qué no puedo conocer tu nido? (Pausa.) ¿Tanto me has amado? (Un silencio.) ¿De ese modo? (Un silencio.) ¿Con esa entrega? (Un silencio.) ¿Con esa limpieza? (Un silencio.) ¡Dios! Creo que voy a caerme. (Se alza, recostándose contra un cartel de la pared donde está rutilante.) Tenía al amante ideal. ¡Y sin saberlo! (Pausa.) Fui la Dulcinea más adorada de la tierra, y sin intuirlo. (Pausa.) Fui carne de soledad creyendo que a nadie importaba y un ser etéreo me construía un museo. (Gime.) ¿Por qué no me lo anunciaste, majadero? (Ferozmente histérica.) ¿Por qué no aullaste al mundo que Rosa Mayo era la criatura más rabiosamente amada del universo? (Golpeando y arañando el antiguo cartel del Liceo, hasta destrozarlo.) ¿Por qué? ¿Por qué?

EULALIO: Pero si me pasé media vida escribiendo cartas de amor.

ROSA MAYO: Escribiendo. Escribiendo. ¿Quién disfruta de tiempo en esta pocilga para leer líricas declaraciones de amor? ¿Crees que somos George Sand y Chopin? El romanticismo es un espejismo del ayer, ahora hay espejos orbitales alumbrando de noche la tierra, tarado. Se fabrican bombas nucleares como si fueran rosquilletas, cantamañanas. (Enjugando lágrimas ante un espejito de su estuche.) No, mi pequeño funcionario de ferrocarriles, no. Fuiste un absurdo con pantalones. Fallaste.

EULALIO: ¿Fallé? ¿Yo? ¿Cómo.? ¿Cómo puede hablar de...?

(Por la tez de ella ruedan lagrimones.)

EULALIO: ¿Es que no tenía ojos en la cara para advertir en sus funciones a un hombrecillo siempre en primera fila de butacas? ¿No podía dedicar un minuto a un modesto funcionario con unas flores en la mano?

ROSA MAYO: No. ¿Me oyes? ¡No! No tenía ojos. No podía distinguir de entre la oleada de fanáticos que me perseguían, a... (Pausa.) Si de veras me amabas., haberlo hecho saber a cañonazos. Era tu deber. Tu bastarda obligación de enamorado.

(Le sacude la crisis de asma. Tose. Con ojos enfebrecidos busca una botella.)

ROSA MAYO: Necesito un trago. Rápido.

EULALIO: (Descontrolado.) Hay una botella de leche en la cocina.

ROSA MAYO: ¿Leche, hijo de tal? Dame algo fuerte. Apresúrate.

EULALIO: ¿Algo fuerte? Ya. (Pausa.) Debe quedar una botellita de anís. (Pausa.) Para los catarros.

ROSA MAYO: Apúrate.

(Se cuela Eulalio en la cocina, saliendo con una copa de anís. Rosa Mayo atrapa el licor, bebiéndolo de un trago.)

EULALIO: Despacio. Sin prisas.

ROSA MAYO: Más. Sirve más.

EULALIO: Ahí va. Pero no debiera beber de ese modo.

ROSA MAYO: ¿Te das cuenta? ¿Te cercioras? Te faltaron agallas para conquistarme.

EULALIO: No soy una fiera suelta. (Pausa.) Soy un apacible ciudadano. Eso. Un caballero. Y respeto las frustraciones, los fracasos.

ROSA MAYO: Pendejo funcionario. (Sirve anís ella misma.) El universo no tiene alma. Y hay que ser mala bestia para lograr matas. Es la selva de los intrusos, pigmeo. ¿Aún no lo captaste? (Pausa.) Sí amor, deberías haberlo aireado: amo a Rosa Mayo. Amo a Rosa Mayo. Y la adoro porque es el ángel de las arias. Y exijo que sea mía. Antes que laos achaques se la lleven al diablo.

(Enrarecido silencio.)

EULALIO: Lo. intenté varias veces. Más. Cientos de veces. Ya lo dije. Me pasé la vida husmeando hoteles, aeropuertos, camerinos., pero siempre terminaba apaleado como un perro por sus gorilas.

ROSA MAYO: ¿Te dejabas apalear por mis guardaespaldas, eh, enano masoquista?

EULALIO: ¿Qué, qué podía hacer? Me sacaban la cabeza, y eran karatecas o qué sé yo. (Pausa.) Lo que sí sé es que yo era un señor apacible, que dejó la ópera, sí, un señor hipersensible y con un salario fijo al mes.

ROSA MAYO: Me importan un cuerno los mosquitas muertas con un salario fijo.

(En medio de hondo silencio, se clavan los ojos luchando por serenarse. Eulalio sonríe, humanizado; ella acepta y le remite la sonrisa.)

ROSA MAYO: ¿Imagino que tendrás música de fondo idónea para el museo?

EULALIO: ¿Cuál prefiere? ¿O a quién?

ROSA MAYO: Creo que un poco de Tchaikowsky pondría mi cabeza en su sitio.

EULALIO: ¿Lo, lo dice en serio? Yo... Yo. Es uno de mis predilectos.

ROSA MAYO: ¿Ah, sí? ¡Vaya! ¿Y qué tienes de Tchaikowsky?

EULALIO: (Rebuscando entre una pila de discos viejos.) ¡Ajá! A ver. (Lee.) Fantasía de Romeo y Julieta.

ROSA MAYO: ¿En serio? ¿Romeo y Julieta? (Pausa.) Un Romeo sin dientes y con un salario fijo. Y una Julieta sin orquesta ni escenario.

EULALIO: Tengo casi todas sus grandes creaciones. Mimí, Desdémona, Tatiana...

ROSA MAYO.- Carmen, siempre Carmen.

(Se oscurece la escena, y en penumbra se recortan las siluetas de ambos, sentados al borde del catre, con las manos entrelazadas bajo un aria de Carmen. Pero la intimidad es súbitamente rota por Rosa Mayo, que muerde sus uñas, en tanto se prenden las luces.)

ROSA MAYO: ¿Puede saberse que hiciste luego de renunciar a ser un cover? ¿Después de pensar en ferrocarriles y de meter la cabezota en el alma de una cantante?

EULALIO: Pues... Yo... Yo... decoraba, ¡eso es! Decoraba.

ROSA MAYO: ¿El museo de Rosa Mayo, no? (Pausa.) ¿Cuánto tiempo, decorador de sueños?

EULALIO: Pues exactamente... (Exhibiendo un cuadernito.) Están todos los años, meses y días apuntados.

ROSA MAYO: (Silbando.) ¡Eres un ejemplar! (Deniega él.) Sí, sí, un magnífico ejemplar... sacado de un original libreto. (Pausa.) ¡Oye! Qué raro eres. (Un silencio.) ¿Nadie te lo dijo? (Eulalio oscila negativamente la cabeza.) ¿Tendrás algún otro hobby para no acabar en un asilo de lunáticos?

EULALIO: Frecuento el parque. Palomas.

ROSA MAYO: ¿Palomas, eh?

EULALIO: ¿Por qué no deja de dar vueltas? Va a...

ROSA MAYO: ¡Palomas!

EULALIO: Es que no hay derecho. (pausa.) ¿Sabe un secreto? Las palomas de nuestro parque central carecen de presupuesto municipal para su sustento. ¡Qué irresponsabilidad! Confían en el corazón de los transeúntes. Pero, ¿y si un día se olvidasen de llevarles arroz? ¿Qué ocurriría?

ROSA MAYO: Olvídese de las palomas.

EULALIO: Se lo voy a decir: la ciudad quedaría sin palomas. ¿Imagina usted una ciudad sin palomas? Imposible. Una ciudad sin palomas o sin pájaros sería como un mar sin gaviotas ni peces. O como un...

ROSA MAYO: Olvídese de las palomas.

EULALIO: La imagen de una paloma en pleno vuelo o el canto de un pájaro puede salvar a un hombre en un momento de...

ROSA MAYO: ¡Olvídate de las palomas!

(Un silencio.)

ROSA MAYO: Usted. (Transfigurada.) Nunca las olvida.

EULALIO: Hago lo que puedo. (Pausa.) Me gusta irme a soñar a la cama con la conciencia tranquila.

ROSA MAYO: (Sentándose junto a él.) Rosa Mayo... te hizo daño, ¿verdad? (Deniega él.) ¿Me... perdonas? (Eulalio se gira. Persiste de fondo la música de Romeo y Julieta.) Vamos, chiquitín, no seas una roca con tu Julieta. (Acaricia su mano.) ¿Así que me amaste siempre? En silencio, a distancia, en total anonimato. (Eulalio aprieta los dientes.) Pero nunca di motivos para... (Se encoge él de hombros.) Dime, ¿te mandé fotos? (Eulalio, con el índice, señala una fotografía colgada en la pared.) ¿Sólo una? ¡Cómo! ¿Cómo es posible que...? Yo era muy responsable con la correspondencia. Muy responsable. Por lo menos debí mandarte un capazo de fotos dedicadas. Tienes que creerme. (Pausa.) Alguien debió robarlas. Puercos. Sí. Puercos. Porque Rosa Mayo tenía un corazón como la catedral de Valencia, y regalaba fotos a quienes confesaban adorarla. (Pausa.) Incluso tenía un secretario privado para que apuntara en mi agenda los envíos. (Pausa.) Lo recuerdo punto por punto. Tal día y tal día y tal otro foto dedicada al funcionario de ferrocarriles. (Un silencio.) Puedes creerme. Salían con franqueo de urgencia. Y las fotos eran en color. (Un silencio.) Es cierto ¿Me crees? (Pausa.) ¿No? Haces bien. Soy una máquina de mentiras. (Pausa.) Aunque esto se arregla en el acto. Ahora mismo se repara el...

(Hurga con mano nerviosa en el bolso, volcando sobre el lecho los objetos de su interior.)

ROSA MAYO: ¡Toma! Esta fotografía para ti. ¡Y esta otra! ¡Y ésta! Y aquélla. Y ésta tan linda también. ¡Todas! Todas las fotos son tuyas y.para toda la vida. ¡Eh! ¿Vas a despreciarlas? ¿Despreciar fotos a Rosa Mayo? El colmo de la ingratitud. (Reflexiona.) ¡Ajá! Entiendo. Lo que deseas es que te las dedique con mi puño y letra. Qué pájaro. Que redomado truhán. Eres un admirador profesional. ¡Claro! No tienes ni pizca de amateur. Hiciste del acto de admirar un arte. (Pausa.) Pero ya te está complaciendo la signorina Rosa. (Cruza las piernas y garabatea al dorso de las fotos.) A mi incondicional admirador. No. Es muy impersonal. (Pausa.) A mi apolíneo y fiel seguidor... ¡No! A mi poeta y fiel galán... ¡No! A mi... ¡Oh! ¿Por qué no colaboras en vez de jugar a los silencios?

EULALIO: Otro día.

ROSA MAYO: Maravillosa réplica. Otro día.

(La faz de Rosa Mayo pierde el color. Tose.)

EULALIO: ¡Rosa!

ROSA MAYO: (Como si se ahogara.) ¡Agua! Por favor. ¡Agua!

(Entre convulsiones.)

EULALIO: ¿Agua? Sí. ¡Espera! ¡Un momento!

(Regresa Eulalio con un vaso. Ella se introduce un píldora en la boca y bebe a sorbos el agua.)

EULALIO: No me gusta tu aspecto. (Pausa.) Llamaré a un médico.

(Eulalio hace ademán de ir hacia el teléfono.)

ROSA MAYO: Ven a mi lado, junto a mí, te lo ruego.

EULALIO: Pero el médico...

ROSA MAYO: Los médicos... (tose medio asfixiada.) no entienden de estas cosas.

EULALIO: Sí, claro.

(Parpadean luces. El tórax de Rosa Mayo se ondula entre espasmos. Eulalio oprime su mano. Un silencio. Ella, bruscamente, se alza.)

ROSA MAYO: Debo ir al banco a por fondos. (Pausa.) Aún llegaré a tiempo.

EULALIO: No estás en condiciones... Y la gente podría...

ROSA MAYO: No te inquietes, mi príncipe, sé resguardarme.

(Mientras brota un fragmento de ópera, Eulalio, con talante bobalicón, observa cómo Rosa se embute un largo abrigo pasado de fecha, cómo se acopla un sombrero que oculta parte del rostro y cómo se cala unas gafas de cristal ahumado. Al sentirse observada, ella sonríe con adolescente timidez. Sale. Eulalio, oculta las manos en los bolsillos, deambula por su museo. Progresivamente se hace oscuro. Más tarde, una luz cenital cae sobre Eulalio, que habla por teléfono en la estancia de Rosa Mayo.)

EULALIO: ¡Debe oírme a mí! ¿Eh? Insisto en que no hay que dejarse impresionar por los chismes de cierta prensa. (Pausa.) ¿Qué? Sus asesores jurídicos obligarán a rectificar esa ola de disparates. No. (Pausa.) Por supuesto que no comulgo con... (Pausa.) Le repito, señor, que una personalidad del calibre de la Mayo no puede esfumarse de los palacios de la ópera sin dejar una huella. ¿Eh? ¡No son frases! Diga, diga. ¿El tiempo? ¿Quién ha descuidado su voz? En el agudo... ¡está como siempre! Y en el grave... no perdió color. (Pausa.) Lo esencial es que una voz que seducía a las batutas más virtuosas no puede ser arrinconada ahora en el desván del olvido. ¡Eh! ¿Qué? ¿Algunas veces? No sea cretino. (Mirada furtiva a la puerta.) Pongamos... pongamos que la voz de la Mayo sigue viva en el corazón de ¿un cincuenta por ciento de su público? ¿Imagina? Haga cálculos, saque numeritos. (Mirada furtiva a la puerta.) ¿Que no es posible ahora? Pues cuando disponga de tiempo dé un telefonazo y pregunte por Eulalio, representante en exclusiva de la Mayo.

(Cuelga el teléfono chorreando sudor; en el umbral de la puerta se recorta la silueta de la soprano.)

EULALIO: ¡Caramba! ¿Ya de vuelta?

ROSA MAYO: (Arrojando el sombrero y el abrigo sobre un perchero.) ¡Miserables! Hacerme esta faenita a mí. ¡Me dejó sin respiración! Y yo nunca tuve problemas de respiración. Qué hubiera sido entonces de... Sólo me ocurrió una vez, con Rigoletto, fallé una nota y el público ni se enteró. (Se sirve coñá.) Atreverse a berrear que en mi cuenta corriente. (Bebe.) Jamás Rosa Mayo pasó por semejante infierno. (Bebe.) Imagínate toda una multitud observándome con inquietante familiaridad. Y ese ser primitivo, ante mis reclamos, osa decir que mi saldo no se correspondía con... (Bebe.) ¿Crees que me reconocieron?

EULALIO: (Encendiendo la pipa.) Olvídalo.

ROSA MAYO: Me vengaré. (Pausa.) Haré que ese piojo de la ventanilla se arrastre a mis pies como un escarabajo. Nadie puede pisotear a Rosa Mayo. ¡Nadie!

(Extrae un húmedo envoltorio.)

EULALIO: ¿Fuiste de compras, eh? ¿Qué es?

ROSA MAYO: ¿Por qué no metes tus narices en...? (Pausa.) ¡En fin! Ya todo es igual.

(Abre una ventana que da a un deslunado, y, mientras arroja el contenido del envoltorio al patio de luces, sisea a los gatos.)

EULALIO: ¡Sardinas!

ROSA MAYO: No séais avariciosos. Hay para todos. Mamá-Rosa compró el pescado más fresco. Sí. Una flota de pesqueros que llevan mi retrato como mascarón de proa se hizo a la mar para traer a mis gatitos. (Rabiosa.) ¡No! Esa es para el minino blanco. ¡Eso es! Y esta sardinita para el siamés. (Histérica.) ¡Dejad a la gata que coma! ¿No veis que está a punto de parir? (Pausa.) Otra sardina para el miau del lomo gris oscuro. Ja. Ja. Ja. Pero qué caníbales. Parecen gatos humanos. Ja. Ja. Ja. (Pausa.) ¿Y tú, chiquitín? ¿No te dejan más que las espinas? (Pausa.) Mamá-Rosa te bajará como siempre tu taza de leche con sopas. (Sacudiendo las manos.) ¡Acabó el festín, hijitos!

EULALIO: (Atónito.) No sabía que...

ROSA MAYO: ¡Oh! Me pasó por alto... presentarte a mis... (Se miran en profundidad.) Bien. Tú parloteabas por teléfono, ¿no? (Pausa.) ¿Acaso... una mujer? (Sin dejar de observarse.) Ja. Ja. Ja. Sería espectacular. A estas alturas tú a mí poniéndome cuernos. Ja. Ja. Ja. Sensacional. Dos fantoches en lista de espera del cirujano plástico... haciendo pinitos eróticos. Ja. Ja. Ja. (Examinándolo.) ¡Oye! Tienes una boca atractiva y qué dientes. Artificiales, claro. Porque tienes dientes postizos. ¿Eh? Admítelo.

(Eulalio fuma en silencio.)

ROSA MAYO: A ver esa boquita de caramelo. (Intenta abrírsela.) ¡Venga, rata de camerinos! Exhibe los colmillos.

EULALIO: Cambiaba impresiones con Markos.

ROSA MAYO: (Pálida.) ¿Markos el promotor?

EULALIO: El mismo.

ROSA MAYO: Está muy bien relacionado con los directores artísticos, con los que programan. (Pausa.) ¿Y qué? Ya. Sufre de insomnio por que haga un Rossini. (Sirve coñá y bebe a trompicones.) Debí intuirlo. (Pausa.) Ese lince no perdió su olfato. Nada menos que rescatar de nuevo a la mejor lírica de su tiempo. (Grave.) ¿En qué sala sería el debú? ¿Acaso en la Opera de Paris? (Delirante.) Bebamos, bailemos.

(Sirve más coñá en las copas, bebe.)

EULALIO: Por favor, cálmate.

ROSA MAYO: (Bebiendo coñá sin tregua.) ¡Eh, cazador de autógrafos! ¿Piensas que Rosa Mayo perdió su endiablada energía? Ahora verás.

(Ella hace girar un disco de pop-rock; danza desordenadamente.)

ROSA MAYO: ¡Ua! ¡Ua!. ¿Qué te parece? ¡Ua! ¡Ua! Ja. Ja.

(Se aproxima a Eulalio; alborota su cabello, distanciándose sin cesar de beber y oscilar las caderas.)

EULALIO: ¡Basta ya!

ROSA MAYO: A sus órdenes. (Pausa.) Ahora la ardiente y cantarina Rosa brindará un strip-tease a su verde galán. Ja. Ja. Te voy a excitar. Ja. Ja. Te voy a...

EULALIO: ¡Dije suficiente!

ROSA MAYO: ¿Y qué tal si me vieras...? ¿Recuerdas mis lindos pechos y mi trasero que mirabas de reojo? (Pausa.) ¿Y si...? ¡Claro! Sería una experiencia. (Pausa.) Pero antes, antes... (Se aleja hacia el tocador.) Se exige un chorro de perfume y una ropa sexi. (Se endosa una grotesca túnica.) Ajá. (Pausa.) Luces suaves. Penumbra. (Apaga luces.) Música suave y rítmica. (Hace sonar un ritmo.) Bailemos primero.

(Se oye una música sentimental; Rosa Mayo atrapa a Eulalio, apretujándose.)

EULALIO: Pero, mujer.

ROSA MAYO: Es mi fox predilecto. (Lo palpa.) Tienes una osamenta que no está nada mal, mi amor. (Pausa.) Aún te conservas. (Lo besuquea.) Decídete, Romeo. Tu Julieta está cachonda como una leoncita.

EULALIO: Estás borracha.

ROSA MAYO: Aquí me tienes, dulce y femenina.

EULALIO: Oh, Rosa, Rosa.

ROSA MAYO: Haremos el amor. (Bebe sin soltar la botella.) Y luego saldremos en la prensa con grandes titulares. Dos reliquias del pasado copularon como camellos. Ja. Ja. Ja. Se agotará la edición. ¡Ya verás! Ja. Ja. Ja.

(Al tratar de esquivarla, ruedan por los suelos. Rosa Mayo cabalga sobre él.)

ROSA MAYO: (Relinchando.) Arre, caballito, arre, trota sin inhibiciones por las regiones de los placeres y las sinrazones. Ja. Ja. Ja. Trota jaco mulero encima o debajo... qué más da, ja, ja, de este ejemplar disfrazado de vieja calavera. Ja. Ja.

(Desmonta Rosa Mayo de un brinco; comienza a quitarse la ropa.)

EULALIO: ¿Qué te propones?

ROSA MAYO: Y ahora Rosa la bella se queda como llegó al mundo.

(Eulalio la derriba. Luchan. Ella lanza una dentellada y trata de abofetearlo; pero Eulalio la atrapa del tobillo, arrastrando su cuerpo por el aposento. Luego, de un resoplido, la sube a la cama, atándola con una cuerda al lecho.)

ROSA MAYO: ¿Qué haces, bastardo? ¿Qué le haces a Carmen?

EULALIO: Vas a estarte quieta, ¡cabra del demonio! Vas a dejarme respirar aunque sea un segundo.

ROSA MAYO: No puedo moverme. (Pausa.) Llamaré a la policía. Bien. Te acusaré de sádico. Diré que tramaste violarme.

(Se oye el violín. Una expresión de melancolía se aposenta en la faz de Eulalio, mientras en ella crece el rencor.)

EULALIO: ¿No comprendes que estás acelerando tu derrumbamiento?

ROSA MAYO: ¡Desátame, puerco! ¿Cómo te atreviste a...?

EULALIO: Todavía puedes frenar tu caída. Rosa Mayo

ROSA MAYO: ¿Caída? La caída la propició esta farsa cósmica que nos inunda. ¡Entérate, cerebro de mosquito!

EULALIO: No puedo enterarme. No puedo asimilar cómo la inefable Rosa...

ROSA MAYO: Cierra el pico.

EULALIO: Una de los voces más cultivadas y sensibles...

ROSA MAYO: ¡Cierra el pico!

EULALIO: Cayó de picado como una gaviota con el ala rota.

ROSA MAYO: No sigas por ese camino.

(Se esfuerza en vano por romper las ligaduras.)

EULALIO: Nunca. Nunca pude entenderlo. (Emocionado.) Yo seguía tus huellas. Conocía al dedillo el número de actuaciones y tu amplio repertorio.

(Risita alcohólica.)

EULALIO: A ojos cerrados sabía el lugar del Globo en que exhibías tu voz única. Incluso en mi mapa clavaba con chinchetas el país, la ciudad.

(Risita alcohólica.)

EULALIO: Recuerdo cuando el alcalde de Roma te entregó las llaves de la ciudad.

(Risita alcohólica.)

EULALIO: Hasta que perdí. un día todo rastro. Rosa Mayo y el silencio.

ROSA MAYO: ¡Cabronazo!

(Intenta de nuevo librarse de las cuerdas.)

EULALIO: ¿Por qué de súbito la rutilante estrella dejó de dar luz?

ROSA MAYO: Desátame, hijo de puta.

EULALIO: ¿Por qué un nombre mítico se esfumó sin dejar huella?

ROSA MAYO: Te haré mierda, ¿comprendes, enano? He de aplastarte.

EULALIO: Luego los rumores, que me resistía a creer. (Muestra un recorte de periódico.) Cómo podía marchitarse la rosa de la lírica en una vida sin control. ¿Cómo?

ROSA MAYO: Entrégame ese papelucho, ladrón.

EULALIO: Lo hallé al azar, entre tus álbums.

ROSA MAYO.- No vuelvas a meter tu inmundo ojo en mis cosas. No vuelvas.

EULALIO: Hubieron de internarte en...

ROSA MAYO: Desátame.

EULALIO: ¡Tú! Estuviste...

ROSA MAYO: Estuve, estuve, estuve. ¿Y qué? ¿Eh? ¿Y qué? Tenía que evadirme de esta alcantarilla. Y es posible que dentro de un minuto lo vuelva a hacer. (Jadea.) Esta selva de escorpiones chupa lo suyo, ¿sabes?

EULALIO: Las palomas del parque central estarán hambrientas.

(Eulalio se dirige a la puerta.)

ROSA MAYO: Escucha, pigmeo sentimental, no se puede ser una sílfide del bel canto brincando de una nube azul a otra rosa. ¿Lo asimilas? A veces hay que saltar entre nubarrones y huir y olvidarse. Y en mis pesadillas, ¡mierda!, fallaban las cuerdas vocales. Se me acababa el aire y veía surgir por todos los agujeros de los escenarios montones de jovencitas con bellas voces, las ¡covers!, que ambicionan triunfar enseguida, como tú, jóvenes aspirando a ser una Mayo. ¡Y Rosa Mayo sólo hay una! Y hay vacíos demoledores que exigen recurrir a lo que sea.... (Pausa.) ¿Entiendes ya un ápice, un algo, un poco a tu adorada Rosa?

EULALIO: (Ronco.) Dame tiempo.

ROSA MAYO.- Claro.

EULALIO.- Podías dedicarte a la enseñanza, tienes mucho que dar.

ROSA MAYO: ¿Te vas?

EULALIO: Con las palomas.

ROSA MAYO: ¿Estás enojado?

EULALIO: (Deniega con la cabeza.)

ROSA MAYO: ¿Decepcionado?

EULALIO: (Torna a denegar.)

ROSA MAYO: Esta no es tu estrella radiante. ¡Ea! Vomítalo. Te asomaste al cielo buscando una estrella, porque eres hombre de estrellas, tal vez un husmeador de astros y... (Otro matiz.) Erraste.

(Un rictus de amargura florece en el rostro de él.)

ROSA MAYO: ¿Estás tramando dejarme?

EULALIO: Hoy tengo necesidad de mis palomas.

(Sale. Rosa Mayo, con un rechinar de muelas, intenta liberarse de las cuerdas.)

OSCURIDAD

SEGUNDO ACTO


Sigue la acción del primer acto. Aparece de inmediato Eulalio que no tuvo valor de dejarla sola.

EULALIO: Yo...

ROSA MAYO: Sabía que no te irías. (Pausa.) Me duelen todos los huesos.

EULALIO: ¿Cómo puede caer en vertical la mítica Rosa Mayo?

ROSA MAYO: (Rabiosa.) ¡Qué te pasa hoy!

EULALIO: Si voy a estar contigo un segundo, un mes, años., el resto de mi historia. Necesito saber quién es la Mayo.

ROSA MAYO: Sirve un coñá.

EULALIO: Luego.

ROSA MAYO: ¡Eres un araña! (Pausa.) ¿Quieres saberlo? (Pausa.) Pues bien... Esta muñeca abrió los ojos por primera vez en un bazar... donde sólo existía una moral: la moral de competir. Y a la encantadora monigote le dieron cuerda para que actuase en la etapa adulta como marioneta triunfante, ¿entiendes? La Gran Voz hubo de agitarse en el bazar de los ecos donde existiendo espacio, todos se obstinaban en que no había sitio más que para unos cuantos iluminados. Tu fuiste un cover, sombra de divos, ¿no? (Gime.) En el Bazar, los pasmarotes debían adoptar la moral del pisoteo, la filosofía de la exclusión, porque el afán de protagonismo era el resorte que movía a las figurillas, ¿te enteras, funcionario de ferrocarriles? (Pausa.) El Bazar rebosaba de oxígeno para respirar, para existir. Sin embargo, cada títere se obstinaba en acaparar él solito el universo... Qué irracional payasada. (Pausa.) ¿Por qué debíamos destruir al fantoche de al lado si habitábamos un cielo escénico organizado para satisfacer los ensueños más puros de la lírica? (Gime.) Yo. Yo era una muñequita de largas trenzas que soñaba en otros bazares poblados por juguetes que sintieran emociones inefables ante la idea de lo la auténtica música. (Gime.) Pero ya ves, ferroviario, mis pápas-marionetas adormecían a su muñequita en la cuna con melodías engatusadoras: Serás Rosa, la primma dona, la inimitable, la insuperable, el juguete más cotizado y admirado del drama lírico. (Gime.) Ja. Ja. Ja. ¿No es fabuloso? Pero atiende a tus papis, pepona, sólo hay una técnica para ser la musa de los palacios de ópera: alcanzar una técnica irreprochable y barrer todo lo que se te ponga por en medio. ¿Entendido, tierna polichinela de ojos oceánicos? Entendido, entendido, ¡entendido! (Enjuga lágrimas.) Y tú, ¿ya estás complacido, jubilado de mierda?

EULALIO: (Haciendo ademán de alzarse.) Las palomas del parque me esperan.
ROSA MAYO: ¡Aguarda! (Pausa.) ¿Querías saber quién es Rosa Mayo, no? (Pausa.) Pues bien. Yo acepté ser Rosa Mayo porque hay exigencias de un mítico nombre bajo los focos. (Pausa.) Cierto que el tiempo depredador no transcurre en balde. Pero yo mimaba mis cuerdas vocales, jamás forzaba la voz, evitaba los catarros, seleccionaba los repertorios, existía el yoga, podía ser eterna con Wagner, con Verdi, con Donicetti... (Pausa.) Nadie podría torcerle el cuello a la alondra de la lírica.

EULALIO: Sigue. ¡Sigue!

(Rosa Mayo oculta el rostro entre las manos. Solloza. Desde el patio de luces, óyese maullar a los gatos.)

EULALIO: Ahora recuerdo. Hubo una célebre etapa de rabietas, de excentridades, de desplantes a mitad de los ensayos.

ROSA MAYO: ¡Múerdete la lengua!

EULALIO: ¿Ave del paraíso operístico de por vida o clarín de Mozart por un tiempo? Qué dilema.

ROSA MAYO: Estás grillado. Siempre lo pensé. (Pausa.) Un grotesco paranoico que lame los pies de las divas.

EULALIO: Si, mi ruiseñor, te quedaban dos alternativas, dos caminos, dos actitudes.

ROSA MAYO: Dije que te comieras la lengua. Lo dije.

EULALIO: Tu resplandor debía cesar. Aunque podías emitir destellos de otra naturaleza. He ahí la cuestión, la vital encrucijada de Rosa Mayo.

(Se retuerce ella, roja de ira, impotente de librarse de las ataduras.)

ROSA MAYO: ¿Y quién lo dice? Alguien que no tuvo agallas para continuar. Maldecirás el día en que tus leprosos ojos se fijaron en mí. Lo juro.

EULALIO: Y Rosa Mayo no quiso renunciar. Su orgullo fue su ratonera. Podías haber sido una superviviente de lujo, dar recitales ajustados a tu voz, impartir lecciones magistrales.

ROSA MAYO: (Escupiéndole.) ¡Tú si que eres una rata de alcantarilla!

EULALIO: Ocultaste la cabeza bajo el ala de tu ego, te fabricaste otro mundo, otra lógica.

(Una violenta crisis sacude a Rosa Mayo; su tos amenaza ahogarla. Eulalio con celeridad la desata.)

EULALIO: Rosa. ¡Rosa!

(La mujer se yergue como sonámbula, sentándose al borde del lecho, con la cabeza gacha. De súbito, rompe a reír y encañona a Eulalio con una diminuta pistola.)

ROSA MAYO: Ja. Ja. Ja.

EULALIO: ¡Rosa!

ROSA MAYO: ¿Qué tal el numerito?
EULALIO: Ha sido... (retrocede, pasmado.) una exhibición magnífica. (Sudoroso.) Creí por un instante que te ibas al otro barrio.

ROSA MAYO: Ja. Ja. Ja. (Pausa.) Ahora te vas a enterar, guardavía.

EULALIO: (Con la faz desencajada.) No irás a...

ROSA MAYO: Sí, vampiro de ideas subterráneas, voy a aniquilarte, y Rosa Mayo adora la estética, sí, mi crimen rozará la obra maestra, ¿sabes? (Pausa.) ¿Pero cómo realizar un bello crimen? (Pausa.) ¡Venga, Rosita, piensa, inspírate! Debe existir un método ideal para destruir a este escarabajo. Y debe morir a pausas, a segundos, en agónicas etapas. ¡Quieto, ratón! Las manos en la nuca. ¡Rápido!

EULALIO: (Obedeciendo.) Claro. Claro.

ROSA MAYO: Tal vez te deje morir de sed. ¿Y por qué no de hambre? La Mayo luciría más tarde un esqueleto particular colgado del perchero. ¡No, alondra! Algo más original, más revolucionario.

EULALIO: Rosa, ¿has perdido el juicio? ¡Rosa!

ROSA MAYO: De momento, ¡al armario!

EULALIO: ¡Cómo!

ROSA MAYO: Cuélate en el armario o...

(Alza el seguro del arma. Eulalio, con pasmo, desaparece en el armario. Rosa Mayo lo encierra con llave.)

ROSA MAYO: ¡Ajá! Ya tengo a mi antropófago del inconsciente enjaulado. Ja. Ja. ¿Cuántos días? ¿Diez? ¿Un mes? ¿Toda la eternidad? Ja. Ja. ¡Hay que celebrarlo! Cayó como un pajarito.

(Bebe con talante esquizofrénico; Eulalio aporrea el armario.)

EULALIO: Por favor, Rosa, vuelve en ti. (Pausa.) No cometas algo que luego...

ROSA MAYO: (Vaciando una botella.) ¡Vil sanguijuela! Os pasasteis la vida oprimiendo al otro sexo, subestimándolo. (Bebe.) Sólo nos escapamos unas cuántas. Ja. Ja. Voy a vengarme. Ja. Ja. (Bebe.) En nombre de la Mujer Universal vas a expiar el daño histórico. Ja. Ja. (Bebe.)

EULALIO: ¡Sácame de aquí! Apenas puedo respirar y sufro de claustrofobia.

ROSA MAYO: ¡Pues púdrete de claustrofobia! Ja. Ja. (Bebe.) Hay que despedirte, mono peludo, con música. (Yendo hacia el equipo de música.) ¿Qué tal Fantasía para un gentil hombre? ¡No! Es más apropiado El bufón, de Prokófieff. ¡Tampoco!

EULALIO: (Voz débil.) Por favor, Rosa, por favor.

ROSA MAYO: Para tus funerales lo más apropiado será Misa pro Defunctis.

(Se oye la sinfonía, ella baila como una demente.)

ROSA MAYO: (Apurando otra copa de coñá.) Sí. Es lo más acorde para un cantante que huyó de los teatros.... Miserable guardagujas jubilado. Ja. Ja. (Bebe.) Yo reventaré de un instante a otro, pero tú me secundarás, mono opresor, ja, ja. (Bebe.) Además . será una memorable historia de amor. Un idilio de la crueldad. ¿Sabes? Pienso que debería devorarte. Ja. Ja. (Bebe.)

EULALIO: Puedes seleccionar mi aniquilamiento, pero nada evitará el tuyo, Rosa Mayo.

(Ella palidece al oírlo mientras es sacudida por un acceso asmático, y cae a tierra, ovillada.)

EULALIO: Rosa. ¿Rosa?.¿Qué ocurre? ¡Rosa!

(Se arrastra Rosa por el suelo, avanzando con lentitud hacia el armario.)

EULALIO: ¿Estás mal, Rosa? Contéstame. ¿Estás mal?

(Se la oye toser y jadear.)

EULALIO: Escúchame, querida. Procura alcanzar el teléfono y avisar a una ambulancia. No. Antes debes abrirme el armario. ¡Rosa! ¿Me oyes? Trata de erguirte. Gira la llave. Gírala o sucumbiremos.

ROSA MAYO: No se me olvida cómo has definido, resumido y etiquetado a la bella Rosa. Diletante de mierda. (Tose.) Rosa Mayo es algo más que la mezquina imagen que has pintarrajeado. (Tose.) Porque Rosa con su arte estimuló y sublimó año tras año una sociedad que bostezaba. (Tose.) Sí. fogonero, la sílfide de la lírica cautivó con su voz a un mundo que se creyó que por poseer más iba a ser feliz. (Tose.)

EULALIO: ¡Dios! Estoy asfixiándome.

ROSA MAYO: Ofreció Rosa su cuerpo y su voz para encarnar... (Tose.) las óperas más hermosas de los músicos más inspirados. (Tose.) Como ciudadana, La Mayo tampoco era insensible a las reivindicaciones de un mundo más justo y humanizado.

EULALIO: Me falta aire. Van a estallar mis pulmones.

ROSA MAYO: Sí, quien me buscó, siempre halló una mano solidaria y fraternal. (Tose.)

EULALIO: Rosa.

ROSA MAYO: Es grato pensar que a través de sus óperas, la dulce Rosa contribuyó a elevar los más nobles sentimientos de su tiempo. (Tose.)

EULALIO: (Muy débil.) Rosa.

(Logra él avanzar un palmo más por el suelo y, medio incorporada alza la mano girando la llave. Cede la puerta del armario. Ella, sobrecogida, observa el interior y se le escapa un alarido.)

ROSA MAYO: ¡No, mi amor!

(Eulalio sale a gatas del armario, semiinconsciente.)

EULALIO: ¡Oh!

ROSA MAYO: Amor, respira, respira.

(Un silencio. Brota el violín.)

EULALIO: Ya. Ya. Siento el aire.

ROSA MAYO: Estoy muy mal, mi pequeño funcionario.

(Se incorpora Eulalio, aletargado.)

EULALIO: Te traeré al más eminente médico de la ciudad para que te devuelva tu salud de hierro.

ROSA MAYO: (Deniega, abatida.)

EULALIO: Tú misma lo comprobarás. (Pausa.) Ahora. entra en la cama.

(Eulalio la toma en brazos, pero se derrumba con ella. Prueba de nuevo y en zigzag la deposita sobre el lecho.)

ROSA MAYO: Siento que desciende el último telón.

EULALIO: ¡Pues detenlo! La Mayo y puedes hacer lo que se te antoje en la opereta del mundo.

ROSA MAYO: Eulalio...

EULALIO: (Con un escalofrío.) Te traeré un medicamento. (Deposita un beso sobre su frente.) Y ahora la bella Rosa dormirá a pierna suelta porque su relaciones públicas vela por ella.

(Oscuridad. Unos focos bañan de luz a Eulalio, sentado sobre un taburete de clínica y con la cabeza reclinada en el pecho.)

VOZ: Sólo me resta notificarle, como amigo y médico de la señora Mayo, que Rosa fue más allá de sus posibilidades sicosomáticas. Hoy la ciencia llegó tarde para rescatar esa vida tan alborotada...

EULALIO: Habrá un remedio. Tal vez un a medicina de última hora. (Pausa.) ¿Vamos a dejarla reventar? (Pausa.) Es la Mayo. ¿Se dan cuenta? Ni Carmen ni La Traviata se oirán igual sin ella. (Solloza.)

VOZ: Aún es joven, pero es un milagro que aguante todavía.

EULALIO: Organismo. Cuerpo. Carne. Células. (Se alza, exasperado.) Pero Rosa es más que un hígado despachurrado y unas vías respiratorias rotas. Rosa es algo más. (Solloza.) Rosa es un pájaro colgado del cielo. (Pausa.) Tal vez un viento de cólera, pero no se la puede auscultar ni diagnosticar como a un mortal más. ¿Entiende? ¡Claro que es otra cosa la Mayo! ¡Ah, sí! (Pausa.) Es como... (Gruesos lagrimones resbalan por su mejilla.) Usted, doctor, en primavera, tal vez al alba, se habrá echado al campo para ser testigo del milagro de una flor desperezando sus pétalos. Y usted, doctor, pese a su grave ciencia, no osó respirar para que su aliento no perturbara la flor porque siendo un poema de pétalos podía borrar el paisaje que su lírica geometría provocaba. (Enjuga otra lágrima.) Yo soy un simple jubilado del ferrocarril y no puedo competir en ciencia con usted, doctor., pero Rosa... (Brilla una lágrima en sus ojos.) es algo más. ¡Sí! Espíritu, voz, creatividad, ánima, esencia, aliento, sustancia. Qué sé yo. (Crispado.) Usted no da un céntimo por ella, pero le aseguro que mientras respire el ave azul de la ópera, Rosa no dejará que caiga el último telón. ¡Palabra de cover y de ferrovoviario!

(Se encasqueta Eulalio el sombrero hongo que retorcía como una esponja.)

EULALIO: Adiós, doctor, debo llevar arroz a las palomas.

(Oscuridad. Aria tristona. Después las luces permiten vislumbrar a Rosa Mayo tendida en la cama, en plena crisis convulsiva. Más tarde, se alza y bamboleándose se desplaza frente al armario. Durante el trayecto, pega algún que otro traspié.)

ROSA MAYO: (Paseando con un cigarrillo con boquilla encendido.) Estás en la escena del mundo, Rosa, y se insinúa el último acto de esta ¿ópera bufa? Qué importa. (Se enfunda largos calzones blancos del siglo pasado.) ¿Quién podría aventurarme este final? (Pausa.) De niña me dormían con deliciosas narraciones de Andersen, los hermanitos Grimm... (Se pone una blusa isabelina de 1850, con puños y cuello de puntilla.) La voz de la pequeña Rosa fue cultivada mientras soñaba con los duendes de la música que colmarían sus deseos, y pronto Rosita Mayo se enamoraría de príncipes azules que no vacilaban en unir sus destinos con aldeanas y pastorcitas analfabetas. (Se acopla una falda muy amplia de pana de algodón, color verde botella.) Y tal como florecía su cuerpo, la niña-Rosa iba tras el ideal masculino. (Elige del mísero guardarropa una hombruna americana, de la década de los años cincuenta de color verde botella.) Y ya adulta la soprano buscaba, buscaba... (Se anuda una estrecha corbata oscura y a lunares, que extrae de un arcón.) Y el adonis azul no asomaba la jeta por lado alguno. (En su cabeza aterriza un gorro de pescador irlandés.) Rosa sentía debilidad por el simio de éxito... (Se calza unos zapatos de los años cuarenta.) Pues no había rastro de... (Ante el tocador se pinta los labios de carmín.) Otra vez habían engatusado su corazón pintándole espantapájaros de éxito fácil. (Va al equipo de música, oyéndose al momento un vals de Strauss.) Y Rosa sintió en lo más hondo cómo se convertían en arena sus castillos de la fantasía.

(Se doblan y metiendo los brazos bajo el camastro, extrae, jadeando, un féretro.)

ROSA MAYO: La cantante más solicita por los tenores de cartel bajó los ojos de los astros y sintió el frío del asfalto bajo sus pies.

(Con un plumero limpia el polvo del ataúd perfumándolo después con un líquido volatilizado.)

ROSA MAYO: ¿Cómo intuir que había príncipes anónimos y callejeros? ¡Ah! ¿Cómo?

(Se cerciora con una cinta métrica de la longitud del féretro.)

ROSA MAYO: ¿Cómo imaginar que mi caballero andante se alojaba en el esqueleto de un modesto ferroviario? Qué paradoja.

(Se observa con espíritu crítico; engalana su cuello con un collar de piedras de fantasía y, digna como un cisne se cuela en el féretro colocado en la cama.)

ROSA MAYO: No importa, extraviado ruiseñor, el caso es que diste con tu hombre. (Se quiebra su voz.) Aunque hayas pasado la frontera de los cuarenta y de... (Histérica.) La incombustible Rosa Mayo halló a su pareja. ¡Es todo!

(Oscuridad. Las luces escénicas sorprenden a Eulalio deambulando por el parque.)

EULALIO: ¡Nada! Ni un alma vagabunda por el parque. ¿Y qué me importará a mí dónde se dormirán y soñarán los desarraigados? ¿Acaso un jubilado, un fuera de la circulación laboral no es un desarraigado? (Pausa.) ¡Tampoco se ve volar a las palomas! (Suspira.) ¿De dónde deduzco yo que Markos, el rey de los teatros líricos, me recibirá sin patearme las nalgas? Y como relaciones públicas, ¿poseeré el natural instinto para seleccionar la ópera que case con su voz?

(Eulalio se desploma, abatido, en un banco. Carga la pipa. Sólo lo alumbran unas luces cenitales. Sus pensamientos fluyen y cobran sonoridad.)

EULALIO: (Su voz.) Pequeño funcionario, ¿sabes realmente qué tramas? (Expresión escéptica.) Lo suponía. (Pausa.) Has quemado tu juventud, tus mejores años. Estúpido. (Encaja con un rictus el agravio.) ¿Puede saberse quién te ordenó enamorarte de una extravagante y alucinada cantante? (Sacude los hombros.) Lo suponía. (Pausa.) Tu ciudad hervía de chicas bonitas. Cualquiera de ellas te hubiera hecho feliz. Podías optar. Gozabas de un salario fijo. Tenías buena planta, eras sentimental y con vocación de barítono. (Pausa.) Ahora una turba de juguetones nietos iluminarían tu vejez. (Expresión paternal.) ¡Mira, en cambio, tu realidad actual! (Talante compungido.) Te has convertido en un chiflado vejestorio ligado a un iracundo montón de huesos. (Expresión de sentimiento de culpa.) Majadero. (Acusa facialmente el insulto.) Además, arruinar tus años por una mujer que jamás te amó. A quien nunca hiciste el amor. Y que siempre te repudió. Hasta por las violencia. (Deniega él.) ¿Olvidaste quizá cómo te vapuleaban sus gorilas? (Deniega él.) Tienes un hombro dislocado. (Asiente Eulalio.) Y un hueso de la columna hecho puré. (Se lo palpa.) Estuviste en un tris de morir asfixiado. (Afirma con el mentón.) ¿Pero es que no es suficiente para ti? (Talante resignado.) ¡Huye! (Deniega él.) Aún estás a tiempo. Déjala. (Torna a denegar.) Abandónala. (Igual.) Ese vendaval con faldas tiene los días contados. Nunca hizo nada por ti. Piénsalo.

(Crece la luminosidad en escena; Eulalio semeja volver de un viaje onírico. Y para enmascarar su estupor, esconde las manos en la bolsa de arroz. Luego se alza.)

EULALIO: Palomas. Palomas. Venid para acá. Venid.


(Unos focos, al encenderse, iluminan a un maniquí con vestimenta bohemia. Aferra una pluma y un bloc. Junto al maniquí se apiñan unas partituras.)

EULALIO: Palomas. Palomas. (Mirada al maniquí-bohemio.) Alejad el miedo, palomitas. (Mirada al maniquí-bohemio.) ¿No veis que llegó papá-arroz? (Mirada al maniquí- bohemio.) Ni una. ¿Dónde diablos habrán emigrado? (Mirada al maniquí- bohemio.) ¿Serán aves que incordian y habrán debido ahuecar el ala? (Mirada al maniquí-bohemio.) No. Si por el hecho de respirar, el mundo entero es culpable. (Toma asiento junto al maniquí.) ¿Molesto? (un silencio.) Perdone. Dije si molestaba. (Un silencio.) Es que a lo mejor lo disperso. (Un silencio.) Es que tal vez se distraiga al ver y al oír llorar a un hombre. (pausa.) Porque voy a llorar, ¿sabe? Y seguro que resulta un espectáculo deprimente las lágrimas de un hombre mayor. (Pausa.) Lo entiendo, no crea. A mi edad hay que ser más serio. Pero le juro que estoy a punto de estallar. (Pausa.) ¿Usted, usted permite que un ciudadano desdichado llore? (Pausa.) ¡Oh, gracias! Muchísimas gracias, caballero, qué sería de la humanidad si estuviera huérfana de seres como usted que autorizan llorar a su prójimo. No!. No digo nada. (Pausa.) Si interrumpe mis sentimientos, a lo mejor luego no salen las lágrimas. (Mirada al maniquí-bohemio.) ¿No me cree que voy a inundar el parque, eh? (Pausa.) ¿Sabe nadar? (Pausa.) Entonces. despegue el trasero del banco y salga zumbando porque el parque será un torrente de un instante a otro. (Mirada al maniquí-bohemio.) ¿Y ahora por qué me mira? ¿Me está exigiendo agresivamente que lo demuestre? ¿Quién se cree que es usted? ¿Con qué derecho pide que un respetable y maduro ciudadano llore? (Pausa.) ¡Oh! Ahora. ¡Ahora , sí!

(Eulalio llora a torrentes ante su propia perplejidad. Se oyen piar las aves del parque. Persisten los sollozos de Eulalio. Al rato, ceden. El hombre, con las mejillas teñidas de rubor, no sabe cómo disfrazar su debilidad. Sin alzarse, silba a las palomas. Luego examina de reojo al maniquí-bohemio. Sonríe. Y como si nada, exclama.)

EULALIO: ¿Qué hace? Sí. ¿A qué dedica su ser? (Pausa.) ¡Eh! No es que me incumba. Cada quién es libre de proyectar un quehacer. Unos... (Otros focos raseantes dibujan las sombras de maniquíes-vagabundos recostados en el césped y por los bancos.) Unos vagabundean como aquellos desarrapados.(Pausa.) Otros enlodan la humanidad. (Pausa.) Algunos cifran su vigor en sublimarla. (Pausa.) Unos dan gato por liebre, otros cultivan las flores de la filantropía.

(Brinca Eulalio sobre el banco. Desciende. Gira y da vueltas cada vez más delirantes en torno al maniquí-bohemio.)

EULALIO: Unos confunden el grano con la paja y otros se llevan la cosecha. Las prostitutas juegan a la canasta, y pájaros con sombreros de copa viajan en el Concorde. Ja. Ja. El filósofo rumia verdades del ser y del mundo, y el orador de ferias exhibe su pico de oro. Ja. Ja. Una época alumbra hijos de la razón y del espíritu, y otras épocas diseñan fantoches luego transformados en mandarines de lo que sea. Ja. Ja. Unos se buscan y no se hallan, y a otros les importa un rábano vivir extraviados. Ja. Ja. El oportunista se ceba en caviar, y el sabio en perejil. Ja. Ja. (Sigue girando como alucinado.) Los diletantes se masturban con lo nuevo, y los creadores pasean con la señorita Hipocondría. Ja. Ja. Dios siempre es noticia aunque no aparece en el telediario. Ja. Ja. Los extraterrestres fornican con las terrícolas y sus cónyuges deliran en los estadios de fútbol. Ja. Ja. Un negocio es el alumbramiento de un individuo, y otro negocio su defunción.. Ja. Ja. Según un proverbio árabe, el hombre no puede brincar fuera de su sombra y, en cambio, yo juego al tenis con ella. Ja. Ja. Soy enamoradizo, barítono y jubilado, y usted para colmo... Y usted para colmo...

(Suspira Eulalio. Frena su demencial carrera. Sonríe entre mohíno y turbado. Acaba por alejarse del banco, y disimula sus emociones sembrando sus pies de granos de arroz.)

EULALIO: Palomas. Torcaces. Tórtolas. Mensajeras o sin mensajes... Acudid. No os resistáis a comunicaros con... ¿gavilanes terrícolas? Qué estupidez.

(Regresa Eulalio al lado del maniquí-bohemio.)

EULALIO: iNo! Tranquilo, signore. (Pausa.) Esta vez el hombre de las palomas no llorará. (Pausa.) Y ahora, iadiós! Me voy con... (Pausa.) ¿No lo dije? Tengo novia, es una cabra salvaje... Je. Je. Es broma. Ella es... el cisne de los escenarios líricos y a mí me fascinan los estanques. (Pausa.) Debbo partire subito, signore. Soy un pretendiente tradicional y hay que llevar flores a la doncella. (Se despoja del sombrero, esbozando una reverencia.) Resultó un alto placer charlar con usted, caballero. Un placer y un honor.

(Sonríe Eulalio y se ciñe el sombrero. Oscuridad. La luz de un foco cae sobre Eulalio, que franquea el pisito de la cantante. Él parpadea y se sobresalta ante el chisporroteo de los cirios. Luego avanza, intrigado, y al advertir el féretro sobre la cama, lanza un gemido a la par que se ilumina el apartamento.)

EULALIO: ¡Oh, Rosa, Rosa!

(Se sienta junto al ataúd y gime. Entonces ella se yergue un poco y de un soplido apaga las velas.)

EULALIO: iRosa!

ROSA MAYO: Payaso.

EULALIO: No está fiambre.

ROSA MAYO: Saltimbanqui.

EULALIO: iOh, cielos! Qué alegría. Qué felicidad. (Absorto.) ¿Y por qué? (Pausa.) ¿Y de dónde sacaste...?

ROSA MAYO: El ordenador de una bruja me indicó el día y la hora.

EULALIO: Inaguantable. Desde cualquier punto de vista, intolerable. Sal de esa caja. ¡Rápido!

(Rosa Mayo se resiste; Eulalio suda como una locomotora para extraerla del féretro.)

EULALIO: Este cajón de muertos, ¡con los gatos!

(Arroja Eulalio el ataúd al patio de luces, y Rosa Mayo jadea sobre el lecho, muy demacrada.)

ROSA MAYO: ¿Qué has hecho, lagartija? (Le sacude la tos.) El carpintero de la esquina me había tallado la caja a un buen precio.

EULALIO: Nadie necesita cajas. Nadie precisa féretros. ¿Me oyes? ¿Oyes a tu relaciones públicas?

ROSA MAYO: Los del Seguro... (Tose.) me dieron de baja. (Tose.) Pero Rosa Mayo se hizo con su ataúd. (Tose.) Y ahora tú, canalla... (Gime.)

EULALIO: Tendrás a tu debido tiempo un funeral. Unos funerales de honor como no soñó soprano alguna.

ROSA MAYO: Buen viaje, Rosa, buen viaje. Es lo único que oigo. (Pausa.) La vida le dice adiós a Rosa Mayo.

EULALIO: iPatrañas! Nadie dice adiós. Nadie quiere que te vayas. (Pausa.) Por el contrario, los medios de comunicación no respiran pendientes de la Mayo. (Pausa.) Incluida la televisión por cable. ¿Me oyes, Rosa? (Se inclina sobre ella.) ¿Puedes creer a tu caballero?

ROSA MAYO: Mientes más que hablas. (Tose.) Ese es tu vicio, hombrecillo
..

EULALIO: No miento, Rosa. A la prensa sólo les interesa que la bravísima Mayo no se eclipse.

ROSA MAYO: (Con un hálito de voz.) Farsante.

EULALIO: Lo dicen los periódicos. (Exhibe un montón de ejemplares.) Son los periódicos quienes lo aúllan.

ROSA MAYO: Dámelos.

EULALIO: ¿Los periódicos?

ROSA MAYO: Debo cerciorarme por mí misma. Por favor.

EULALIO: Perfecto, ruiseñor. Pero en otro momento. Hay que evitar las fuertes emociones.

ROSA MAYO: Dame los diarios, desgraciado. Dámelos.

(Trata de erguirse, su debilidad la derriba.)

EULALIO: Es correcto y lógico que exijas...

(Eulalio le aproxima a los ojos un puñado de periódicos pasados de fecha.)

ROSA MAYO: A ver, ¿dónde dicen que importo yo más que el precio del petróleo?

EULALIO: Ahí. Ahí.

ROSA MAYO: ¿Dónde es ahí?

EULALIO: En la página editorial, en la sección de la actualidad trascendente.

ROSA MAYO: Dónde. ¡Dónde!

EULALIO: Abre bien los ojos. Lee.

ROSA MAYO: ¡No puedo! A madame Butterfly apenas le queda visión...

EULALIO: ¿Leo yo?

ROSA MAYO: ¿Sin omitir ni agregar de tu cosecha?

EULALIO: Sin agregar nada de mi cosecha.

ROSA MAYO: ¿Aunque sea despiadado lo que digan de Rosa Mayo?

EULALIO: ¡Ajá!

ROSA MAYO: (En un murmullo.) Adelante, pues.

EULALIO: El editorial dice... iEjem! (Grita.) ¡Rosa!

ROSA MAYO: (Exánime.) Te... oigo.

EULALIO: iAh! (Resopla.) Por un momento creí... (Pausa.) El editorial dice... La inolvidable Rosa Mayo, convaleciente.

ROSA MAYO: ¿Es el título de la columna?

EULALIO: Es el título.

ROSA MAYO: ¿Con caracteres grandes?

EULALIO: Con letras monumentales.

ROSA MAYO: Sigue. (Tose.) Si eres tan gentil.

EULALIO: Imposible explicarse cómo una leve crisis de agotamiento puede privar a la ópera de una de sus voces más privilegiadas.

ROSA MAYO: (Tratando de erguirse.) Jura que escriben eso.

EULALIO: ¿Dudas de tus relaciones públicas?

ROSA MAYO: Júralo por tu honor.

EULALIO: ¿Que jure por mi honor?

ROSA MAYO: ¡Ya!

EULALIO: No tengo por hábito jurar.

ROSA MAYO: Entonces... iMientes! (Se agudiza su crisis.) Mientes, rastrero funcionario. (Tose.) ¡Quiero reventar de una vez! En seguida. ¡Mi pistola!

(Empuña el arma. Temblándole el pulso, apunta a la sien y presiona el gatillo.)

EULALIO: ¡Rosa!

ROSA MAYO: ¡Bah! Ni dinero para balas.

EULALIO: iJoder qué susto! (Pausa.) Menudo trago.

ROSA MAYO: El valium.

EULALIO: No. El valium, no.

(Eulalio le arrebata un frasco de píldoras.)

ROSA MAYO: Canalla. Rata de alcantarilla. Manipular la mente de una moribunda.

EULALIO: Lo juro por mi honor.

ROSA MAYO: (Besuqueándole la mano.) Mon chéri, mon amour. Oh., je t'aime, je t'aime!

EULALIO: (Sobrecogido.) Ya juré.

ROSA MAYO: Ahora sé, mi caballero, que es cierto lo que pregonan los periódicos sobre la doncella.

EULALIO: Descansa, querida.

ROSA MAYO: ¡Ah! Me abraso. Tengo sed, mi amor.

(Eulalio ofrece un vaso de agua; ella bebe y escupe.)

ROSA MAYO: ¿Qué brebaje es éste? ¿Quieres envenenarme?

EULALIO: Es agua, Rosa.

ROSA MAYO: ¡Coñá! ¡Dame coñá! ¿Me oíste? (En un arrebato de vitalidad.) Y ya sabes quién lo pide... (Pausa.) Si eres flaco de memorias, lee los periódicos. ¡Lee! Y entérate de una puñetera vez al lado de quién estás. Porque es muy posible que disfrutes un segundo más de tamaño honor.

(Se desploma desfallecida.)

EULALIO: Ahí tienes el coñá.

(Rosa Mayo bebe con ansiedad.)

EULALIO: ¿Cómo te encuentras, querida?

ROSA MAYO: Exijo la última ópera del compositor de moda. Quiero dentro de una hora a Markos el promotor. Y que se presenten los directores musicales y escénicos más revolucionarios de la lírica actual . Quiero a los chicos de la televisión. A los críticos .A los reporteros gráficos. Y mueve el ala porque dejarás de representar los intereses de tu ave de cristal, y ella dejará caer su último telón. (Ronca.) ¿Has comprendido?

EULALIO: Pero, Rosa, querida, es una quimera que en tan escaso tiempo, yo...

ROSA MAYO: Esta vez Rosa Mayo hará honor a su palabra. ¡Largo!

(Cierra los ojos, resoplando a duras penas. Eulalio semeja una estatua. Oscuridad. Piar de aves. Ya con luces se ve a Eulalio por el parque. Su desquiciamiento cede al ver al maniquí-bohemio, pero tiene compañía: al extremo del banco hay un maniquí-vagabundo con la cabeza recostada sobre un viejo violín.)

EULALIO: Palomas... Palomas... (Al maniquí-bohemio.) ¡Hola! (Agita la diestra.) ¿No me recuerda? (Pausa.) Yo soy el... en fin, ese que... (Tartamudea.) El ciudadano que llenó de lágrimas su ropa el otro día. (Pausa.) No, no crea que soy un piojo pegadizo. No vengo a fastidiarlo. De veras que no. (Pausa.) Yo no soy de esos., no, señor, yo respeto a los artistas. porque usted es de esa familia, lo intuí nada más echarle la vista encima. (pausa.) Me dije, este señor con ojos tan hondos y frente noble debe ser artista de algo. (Pausa.) ¿Estaba creando, eh? ¿Y qué cultiva? Sí, ¿qué género? ¿Novela? ¿Cuento? ¡Oiga! (Examina las partituras que están a su lado.) ¿No me diga que escribe música. (Exaltado.) ¿Le atraen las fantasías operísticas, eh? (Pausa.) Qué casualidad. ¡Caray! ¿Eh? No, yo no soy del gremio. ¡Ni hablar Pero estoy relacionado con el mundillo de Verdi y compañía. ¡Espere! Le mentí, fui barítono, pero no quise pasarme los años haciendo de cover, yo quería ser yo. (Suspira.) Ahora soy nada menos que... (pausa.) ¿Padece usted del corazón? iPsé! Allá va soy relaciones públicas de Rosa Mayo. iCasi nada! ¿Verdad?

(Escudriña con ansiedad la faz del maniquí-bohemio. Luego, Eulalio se distancia del banco y lanza granos de arroz por los aires.)

EULALIO: Palomas... Palomitas ... Picad arroz, hermanas.

(No cesa de meditar. Mientas esparce arroz, observa de soslayo al maniquí-bohemio.)

EULALIO: Arroz, granos suculentos de arroz para mis... ¡Oiga! ¿Es en serio que en el escenario de su inconsciente se oyen arias inéditas? (Pausa.) Pero, ¿seguro, seguro? ¡Claro! No hay más que mirarlo Tiene usted todo el aspecto de un poeta del do, re, mi fa, sol... (Eulalio tararea leves fragmentos de óperas clásicas.) ¿Inspiradas, eh? Y dígame: ¿cómo tratan a sus hijas de la fantasía? ¡Sí, hombre! Sus óperas, ¿cómo funcionan? Es usted... ¿célebre? ¿Se oyó su música en el Liceo, en el Teatro Real, en el Palau... (Pausa.) No, aún no pisó los grandes santuarios. ¿Acaso elabora un novísimo lenguaje musical? Lo suponía. Cómo explicar entonces... ¿Creador de dramas líricos acordes con este final de milenio? Lo sospechaba. ¿Y vivir, eh? Ya. Una buhardilla llena de notas musicales. Despiadado arte. (Pausa.) Pero no se torture, señor, aquí estoy yo... ¿Yo? ¡Ah, sí! Nada menos que el pájaro azul de la signorina Mayo. (Suspira.) Con permiso...

(Esboza un ademán de echar granos de arroz, pero regresa al banco del parque, con el ojo clavado en el maniquí del violín.)

EULALIO: ¿Le estimularía que la Mayo estrenase una ópera suya? Naturalmente. Su rostro se iluminó. No podía ser de otra manera. (Le propina un codazo.) Imagínese, el teatro de la Opera de París resplandeciendo de luces. Y en la marquesina, el título de su obra y su nombre en letras de oro. Y a continuación el mágico nombre de Rosa Mayo junto al del tenor de mayor impacto. ¿Qué le parece? (Pausa.) Y el público apiñándose como hormigas. Y yo, de frac y con sombrero de copa, anunciando...

(Guiña un ojo Eulalio, esboza una pirueta y brinca encima del banco.)

EULALIO: Entrez, messieur-dames. Come in, ladies and gentlemen. Entrate, signore e signori. No se detengan, damas y caballeros, que va a principiar una función del arte lírico de nuestros días cuyo compositor es... ¡Ejem! ¡Ejem!, con libreto de ¡Ejem! ¡Ejem! ¡No se estrujen! ¡No se arremolinen en la puerta!, que hay entradas para todo el mundo.

(Desciende Eulalio del banco, goteando sudor. Saluda con el sombrero hongo en la mano, y se encara la maniquí-bohemio.)

EULALIO: ¿Qué le parece? ¿No sería un sueño? (Pausa.) Pues eso y mucho más podría hacer por su lira Rosa Mayo. (Prende la pipa y exhala el humo con gesto de trascendencia.) ¿Que por qué lo haría? Pues por una ópera apasionante. Y usted da a luz dramas musicales para coros múltiples, solistas vocales y una orquesta de ensueño. ¿Cierto? (Pausa.) Ni una palabreja más. (Pausa.) Vaya, vaya a por su ópera inédita, joven Stravinsky. (Pausa.) ¿Por qué me mira así? Ponga pies en polvorosa, el gong de su éxito ha sonado. (Pausa.) Apúrese.

(Es Eulalio quien se distancia del banco.)

EULALIO: ¡Un momento! Sepa que el relaciones públicas de la Mayo sólo está dispuesto a esperarle un rato. Es todo.

(Se apaga la luz cenital que alumbra al maniquí-bohemio. Eulalio fuma con aire relevante. Repara en el maniquí-vagabundo y se anima a zarandearlo.)

EULALIO: ¡Caramba, hermano! ¡Eh! (Pausa.) Con un violín tan maravilloso y roncando a pierna suelta? (Pausa.) ¿No le remuerde su conciencia de violinista? (Pausa.) ¿Le estimularía tocar para la Mayo? (Pausa.) ¿Sabe quién es la Mayo? ¿No? ¡Hereje! (Pausa.) ¡Oh!, es igual, lo importante es que usted ofrecerá un concierto a una soprano estelar. (Pausa.) ¿Cómo está de repertorio? Y qué más da. (Pausa.) El encuentro con la bella Rosa le inspirará algo. (Pausa.) ¡Eh! ¿Por qué pestañea? (Pausa.) ¿Es que no le gustaría participar en un festival de Salzburgo? Sí, hombre, Salzburgo, cuna de Mozart, eso lograría la Mayo... (Pausa.) ¿Imagina? Su violín oyéndose en Salzburgo. (Pausa.) ¡Ea! Vaya afinando mientras tanto.

(Mordisquea Eulalio la pipa, meditabundo. Suena un violín, como si ensayara una partitura. Casi mágicamente se encienden luces a modos de lunas celestes alumbrando maniquíes-vagabundos que permanecen recostados sobre los bancos y el césped. El semblante de Eulalio se ilumina. Ahora sonríe atado a una inspiración, y rozando la pantomima dialoga con los habitantes del parque: gesticula, exhibe unos billetes, como tentándolos. La euforia desborda a Eulalio, mientras se oscurece el parque. Sólo se oye la nostalgia de un violín. Al enmudecer, se encienden unas luces que permiten ver a Eulalio, con la cara afligida, yendo hacia el lecho de Rosa Mayo.)

EULALIO: Rosa. Mi pequeña Rosa. (La observa con pánico.) Muñeca, soy yo tu agresivo representante, que te trae...

(Al no dar síntomas de vida, Eulalio le toma el pulso; Ella abre los ojos.)

ROSA MAYO: ¿Eres tú?

EULALIO: ¡Rosa! (Suspira.) ¿Cómo se encuentra mi bambalinera.
ROSA MAYO: Mal.

EULALIO: ¡No es posible! No puedes defraudar al mundo, que te adora.

ROSA MAYO: Mis guardaespaldas deberían darte una paliza. Volviste a engatusarme.

EULALIO: Aguarda.

(Bajo triunfal sonrisa, Eulalio se pone de pie. La tos de la soprano es casi inaudible.)

ROSA MAYO: Deja a esta rosa que se marchite de una vez, por favor.

EULALIO: ¿Sabes que tienes invitados?

ROSA MAYO: Déjalo ya. Ólvidalo.

EULALIO: Conforme. Pero díselo a ellos, no a mí.

ROSA MAYO: ¿A... ellos?

EULALIO: Sí. Díselo al compositor de partituras insospechadas, al libretista que fabula como quiere, díselo al director que transforma la escena en un sueño de imágenes. díselo a la paleta orquestal más aplaudida, a los reporteros gráficos, a los periodistas estrellas de radio y televisión.

ROSA MAYO: ¿Están por aquí? ¿Es posible? ¿No es otro malentendido?

(Tose Eulalio convencionalmente; en el acto, brota un clamor de gritos y silbidos de entusiasmo.)

EULALIO: ¿Acaso la inolvidable Carmen perdió su oído?

ROSA MAYO: Rápido. Apresúrate.

(Arrecia el clamor de una pequeña multitud. Rosa Mayo logró recostarse sobre una colección de almohadones de tonos vivos. Su palidez es mortal.)

EULALIO: ¿Necesitas algo?

ROSA MAYO: Dame ese espejo, mi lápiz de labios. Y ese estuche. Debo maquillarme. Rosa Mayo renace de sus cenizas. Muévete, tarado.

(Eulalio se esfuerza por complacerla; óyese vibrar a la invisible muchedumbre.)

ROSA MAYO: ¡Mueve el culo! ¿Es que no oyes a los chicos de la prensa? ¿Sabes, majadero? Voy a reemplazarte. No es fácil representar los intereses de la Mayo.

EULALIO: Sí, Rosa, sí.

ROSA MAYO: Ordena los muebles. (Se maquilla con desbordante feminidad.) Perfuma el apartamento. Que no huela a sardinas o...

(Con un ambientador, Eulalio perfuma el aposento. Suena un estrépito y una serie de focos van iluminando un tropel de maniquíes-vagabundos, que enfocan con sus máquinas de fotografiar de juguete a la diva, inclusive un maniquí permanece agazapado tras una grotesca cámara de televisión, tallada en madera.)

ROSA MAYO: ¡Oh, qué impetuosa es la prensa de hoy! (Sonríe como una estrella.) Calma, chicos, sosegaos.

EULALIO: Qué modales, qué ansias.

ROSA MAYO: Déjalos. Es natural que los medios de comunicación se mueran de impaciencia por...

EULALIO: Bien. (Se interpone entre los maniquíes y la cantante.) Rosa Mayo, es para mí una satisfacción muy personal presentarte a uno de los compositores de la lírica cuya obras brillan con luz propia.

ROSA MAYO: (Extendiendo su trémula mano.) Es un placer.

(Pausa.)

EULALIO: A mi derecha, el director capaz de crear un universo propio con un mínimo de recursos escénicos.

ROSA MAYO: Encantada.

EULALIO: Y ahora... (Se vuelve hacia los maniquíes-periodistas.) ¿Preparada, Rosa Mayo?

ROSA MAYO: Preparada, mi formidable representante.

EULALIO: Caballeros, se abre la rueda de prensa que la insigne Rosa Mayo concede a la prensa escrita y audiovisual.

(Brota un clamor. Eulalio abre los brazos.)

EULALIO: Un inciso. (Pausa.) Como representante en exclusiva de Rosa Mayo, me permito sugerirles que se abstengan de preguntas comprometidas. (Pausa.) Por una vez dejemos a un lado el euro, el problema de los inmigrantes y el conflicto del Cercano Oriente...

(Eulalio presiente un viento de cementerio sobre su nuca. Se gira hacia la cantante y advierte que agoniza.)

ROSA MAYO: Eulalio, pequeño bardo de trenes, Eulalio mío.

(Se sienta él junto a Rosa Mayo, afirmando. Luego se yergue, con ojos nublados y voz entrecortada y se dirige a los maniquíes.)

EULALIO: Señores, por causas ajenas a lo programado, la señora Mayo delega en su representante la conferencia. (Brinca un lágrima por su mejilla.) En un minuto estoy con tan prestigiosa prensa. (Pausa.) Ahora rogaría que nos dejaran a solas, por favor... (Temblándole la voz.) Por favor.

(Uno tras otro, se apagan los focos que alumbraban a los maniquíes, a excepción de la luz cenital que ilumina al muñeco del violín. Sobrecogido, Eulalio se desplaza hacia la inmóvil Rosa Mayo, que semeja sonreírle. Declinan luces. En un ángulo, otra luz alumbra cegadoramente al maniquí-vagabundo, y, casi por sortilegio, óyese el lamento de un violín. Eulalio, agarrotado, cierra con ternura los ojos de Rosa.)

Mientras se apagan las luces, se oye un fragmento de La forza del destino interpretada por una soprano de leyenda.


OSCURIDAD